viernes, enero 04, 2008

A propósito de "Fracturas de la memoria", de Nelly Richard

Una lectura mexicana


La publicación de Fracturas de la memoria, libro de la chilena Nelly Richard que reúne algunos de sus trabajos durante casi una década,[1] señala que hay vuelta de página en el terreno de las reivindicaciones de la memoria colectiva de las experiencias de violencia de estado de las últimas décadas en la región. Una vuelta de página que no apunta hacia formas de olvido en pos de la celebración de consensos superadores (como sería deseable desde perspectivas conservadoras), sino que produce reflexiones críticas hacia los trabajos de la memoria de estos años. Se trata de una discusión sobre la manera y los alcances temáticos más comunes conque las sociedades latinoamericanas han reconstruido su pasado; así, repeticiones y olvidos parecen detenerse un momento en su batalla por inscribirse, y dejarse someter para un análisis de alcances éticos, estéticos y políticos.[2]
El trabajo de Richard sobre las batallas de sentido libradas durante y después de la dictadura de Pinochet en Chile, es útil para pensar en los actores sociales en los que la memoria de los años traumáticos se encuentra fragmentada, así como en las múltiples formas en que ésta adquiere discurso y a su vez se presta como material para producir más y mejores operaciones sobre el pasado. El texto cumple además con producir (aunque este no parece uno de sus objetivos) una valoración de las características que esta batalla de sentido aún tiene, para una sociedad particular, dentro de las sociedades latinoamericanas tras los años de los crímenes de Estado, después de las supuestas transiciones democráticas en tiempos de instauración neoliberal.
Desde nuestra perspectiva, este trabajo señala además, la ausencia de descripciones sobre los usos y discursos de la memoria en las últimas décadas (una señal para quienes se sientan aludidos por el escaso desarrollo teórico y crítico sobre otras experiencias violentas). Con sus usos de la Escena de Avanzada en Chile,[3] Richard rápidamente muestra una de las posibilidades de discutir las versiones dominantes del pasado. Así, más que anteponer una versión a las dominantes del pasado, Richard busca desplazar la atención hacia formas más complejas del discurso colectivo que las que aparecen reflejadas en el duopolio performativo de los medios y el poder.[4]
Aunque las producciones artísticas durante la dictadura -incluyendo las acciones feministas-[5] parecen tan específicas como las características históricas de la transición política chilena (con el curioso consenso de la normalización democrática con su itinerante senador vitalicio)[6], no cuesta establecer algunos puntos de contacto desde otras experiencias latinoamericanas. Richard ofrece un conjunto de conceptos para pensar operaciones en la memoria, así como el registro mismo de algunas contorsiones discursivas, así el propio cruce entre los esfuerzos retentivos[7] y los que buscan destejer el propio discurso de la memoria (con tecnologías del olvido incluidas[8]). El caso mexicano tiene bastantes elementos para pensar en la construcción del pasado que Richard ve en la versión ritualizada, indolente y con poca densidad,[9] conque el trauma colectivo se presenta como acontecimiento resuelto y en virtud de la necesidad de dar vuelta la página.[10]
No le ha sido fácil a los historiadores mexicanos comprender las operaciones de la retórica revolucionaria mientras se abandonaban en la práctica los ideales sociales. El descalabro de sentido, con sus repeticiones y borramientos (que Richard ve en el Chile de la transición), invitan a atender a las transformaciones en el lenguaje que una operación como ésta se produjo en la vida política mexicana a partir del gobierno de Miguel Alemán.[11] Esto a su vez, serviría para presentar el confuso panorama conceptual que en el presente (que no es la actualidad, dice Richard) domina el escenario. Y desde allí, no está de mal perder de vista, que buena parte de la retórica pública mexicana huele, como dice Richard, a presente trucado.[12] A mi juicio, esta operación en el lenguaje y la memoria, iniciada a mitad del siglo pasado, tiene un punto de inflexión en 1968. Ese carácter de punto de inflexión, de momento bisagra, supone un interés adicional a mi esfuerzo por describir las características de una versión oficial.[13] El análisis de la novela “El Móndrigo”, escrita en 1969 por la Dirección Federal de Seguridad, es un ejemplo extremo de las posibilidades oficiales, que se antoja invertida a los esfuerzos teatrales y literarios de la Escena de Avanzada chilena.

En la escena local deben operarse otros desplazamientos (no necesariamente del tipo que Richard intenta con el análisis artístico) ante los dos relatos que pugnan por dominar la visión del pasado violento. Hay dos hechos que pueden pensarse a partir de la reflexión del caso de Chile, para analizar desde dónde producir desviaciones en la lectura y reconstrucción de la historia de México. En primer lugar, la creación de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (femospp) y su funcionamiento durante la segunda mitad del gobierno de Vicente Fox permitió instalar con fuerza y por algunos meses un debate sobre cómo resolver las deudas criminales del Estado. Algunas derivaciones de este proceso, como la detención domiciliaria de Luis Echeverría (aún cuando no posee las dimensiones del accidente Pinochet),[14] presentó una primera ruptura del silencio oficial sobre las responsabilidades del estado en las masacres de los años sesenta y setenta. El segundo hecho es hipotético: el recuerdo de los cuarenta años de la masacre de Tlatelolco, que se celebrará en 2008. Es posible que los alcances del primer acontecimiento institucional, pese a su fracaso estrepitoso en materia jurídica, pueda contribuir a potenciar y a mejorar la lectura de la masacre. Sólo que está por verse cómo.
Richard produce otra invitación (y como estamos pensando en líneas de reflexión o investigación) y vamos a ella.. Richard presenta cuatro versiones en los dos momentos discursivos de que estaría compuesto el caso de Chile: por un lado, del discurso antidictatorial durante el gobierno militar y de su recuperación parcial y posterior en manos del gobierno de la Concertación; enfrente (o junto) a estos, el de las instituciones del golpe pinochetista y el de la máquina semántica del capitalismo neoliberal que acompaña aún a la Concertación. En estas cuatro formas se presenta una escisión que habría permitido la reencarnación de algunas vertientes de una versión en otra. Es decir, el camino de una región del discurso antidictatorial, a la deslavada del consenso de la Concertación, y la del gobierno militar que saltó en defensa de la burguesía, a la que hoy sostienen los medios del empresariado neoliberal.[15] Esta escisión que retuerce los discursos previos para articular un nuevo pacto, tiene un epicentro: el cambio de gobierno en 1990.
En el periodismo mexicano ya hay huellas de desconfianza en las contorsiones del discurso dadas a partir de otra fecha (para seguir lo que Paz ve primero en la década de los cuarenta, y tras la masacre de 1968)[16]: se trata del traspaso del poder presidencial en el año 2000, que vendría a cerrar siete décadas del régimen de partido único. Presentado así por el discurso oficial postpriísta (como que formaba parte del discurso antipriísta), el año 2000 cobró aires de transición democrática. Los historiadores del sistema político nacional que nunca vieron esas siete décadas a partir de las simplificaciones contraoficiales y luego oficiales, ahora pueden reseñar a éste junto a otros momentos de torsión del discurso oficial para establecer torsiones de impacto presupuestal, por ejemplo. Yo he creído que sólo una explicación menos condescendiente con las ideas que rodean a la noción de democracia (presentada primero como ampliación, y luego reinventada en los hechos como alternancia de consenso del poder… hacia la derecha) podrá, cuando se produzca una transición más convincente, enfrentar las simplificaciones de las actuales versión contraoficiales.

Ensayaré algún porqué. Richard pide escuchar mejor las formas de enunciación de los sujetos (ya no como revelación testimonial) porque en su experiencia y en su interpretación del pasado se encuentran las armas para cuestionar un consenso (como los pactos nacionales en general) hecho de olvidos imperdonables.[17] Quiero pensar en consecuencia, a la versión oficial de la masacre de 1968, no para entender mejor la masacre, sino para cuestionar con mejores armas el consenso democrático que la izquierda de partido pactó con este estado a partir de una visión menos inocente de éste. Especialmente, porque si la izquierda partidaria llega al poder por el camino diseñado de consenso electoral, veremos, como ya ha visto claramente Richard para el caso chileno, un nuevo momento de torsión ideológica de proporciones. Una visión más clara de lo que implica una operación en la memoria presentará (con todas las sospechas confirmadas), que también la versión contra oficial tendrá un talón de Aquiles en su carácter de antítesis, algo que puede restarle no sólo densidad ética, sino que encarna en sí, un regreso museográfico al pasado problemático. Se trata de mostrar cómo esto vuelve a una parte del territorio dominado por las posiciones “radicales”, funcionales a la lógica del consenso de la apertura democrática. Y en este punto, para señalar los espacios de los olvidos que entran en la lógica del consenso, que al restarle densidad al dolor (como dice Richard) también coloca en un segundo plano sus repercusiones éticas y reduce el tamaño de las deudas con el pasado a un primer círculo de víctimas: los que sufrieron la violencia personalmente, mientras se eclipsa la torsión de fondo y los impactos en los sectores sobre los que se inscribían los cambios capitalistas (cuyo segundo círculo lo constituyen los pobres).
Las acciones tomadas por los gobiernos priístas para encubrir su desempeño violento, que pueden hoy verse en el caso de 1968 con cierta claridad argumentativa, presentan además una visión sobre el tipo de transformación que debe operarse en el sistema político del país, más allá de lo que puede circunscribirse desde la noción de democracia como alternancia. El giro dado por la clase política agrupada junto al presidente después de Tlatelolco, podría segmentarse en cuatro movimientos importantes: renovación del viejo discurso revolucionario acercándolo a las guerras de liberación nacional[18] y a la vez un perfeccionamiento del sistema de seguridad interno para aniquilar a la disidencia (un nuevo esquema de acciones militares y civiles clandestinas), la creación de una máquina semántica (productora de documentales “periodísticos”, novelas anónimas y revelaciones históricas) y la lenta aceptación en la lucha por el poder de la izquierda partidaria en la medida en que esta fuera capaz de aceptar y comprender las dimensiones y límites del ascenso por una vía única, de consenso.[19]
Esta combinación es amplia para ser presentada en un párrafo. Pero su centro calmo de huracán (ahora que andamos familiarizados de la jerga meteorológica entre tanto natural desastre) es la masacre de Tlatelolco. La masacre tiene elementos comunes a otras y sólo la hace especial la batalla de sentido que despierta, una batalla incluso capaz de opacar la denuncia de crímenes, que por sistemáticos, deben considerarse peores. Y es el empeño oficial y su penetración en la memoria colectiva a través de diversas formas de enunciación (muchas de ellas artísticas) lo que presenta aspectos más complejos de nuestra visión de la política mexicana de aquellos años. Se trata de desviar el relato del polo victimario de que enfrentó a un sistema brutal, en tanto esto se entienda con el recurrente retrato simiesco y con garrote del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Debemos tratar de entender justamente lo contrario, que para aquellos años, el sistema presidencial tenía formas muy refinadas de control político, que incluso le permitieron una continuidad apenas salpicada por un discurso opositor minado por el esfuerzo de consensos. La desviación deber llegar a pensar que el sistema presidencial heredó prácticas en el 2000, sobre las que se asienta la continuidad de un autoritarismo en campaña electoral permanente,[20] cuya legitimidad parece solo sostenida por una solemnidad de poca estofa en la que se mueven instituciones, funcionarios y representantes.
Entonces, el retrato de la versión oficial de la masacre importa sólo en cuanto descripción de procedimientos, en cuanto acumulación ordenada de mecanismos que configuran formas de perversidad colectivas. De la mano de que se trate de un momento de jaque al autoritarismo, que hace que una forma de simbolización del poder se agote y se reinvente en lo que ha dado en llamarse, también, el gobierno nacionalista o populista de Echeverría. Aquí distingo que aunque éste no haya encontrado un lugar honroso para muchos, por el gobierno de éste pasó uno de los momentos críticos del sistema priísta, y se sostuvo en el poder.
El análisis de la versión oficial en esta encrucijada debe producir una mirada menos esquemática que aquellas que tienden a hacer foco (quizás porque desde la víctima se trata de una demanda de justicia) en la acción violenta del disparo o la tortura. Así, pensar en las características de la retórica oficial sobre este acontecimiento debiera desplazar la atención de los actos de presencia como triunfos,[21] clave de lectura de las voces que demandan, hacia una comprensión de las rupturas morales sobre las que busca asentarse un pacto social.
[1] Nelly Richard, Fracturas de la memoria. Arte y pensamiento crítico, Siglo XXI, Buenos Aires, 2007.
[2] En esta discusión debemos colocar también el libro de Beatriz Sarlo, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Siglo XXI Editores, 2006, México.
[3] Richard, pp. 13 a 28.
[4] Pero además, Richard insiste en varios momentos sobre las funciones de la crítica y sobre las características de este desplazamiento necesario y ético hacia los fragmentos y las periferias de la memoria de este episodio traumático. Ver “Pérdida del saber y el saber de la pérdida, p. 170 y ss.
[5] El caso del texto y la irrupción de Diamela Eltit y Lotty Rosenfeld que se analizan en “El fragmento errático de una actuación en los bordes”, p. 185 y ss.
[6] Tema tocado en “La cita de la violencia: rutina oficial y convulsiones de sentido”, p. 133 y ss.
[7] Desde la retórica de las víctimas: “Guerra de las imágenes”, p. 165.
[8] Idem, p. 133-151
[9] Idem, ver pp. 136-137, 158, 173 y 180.
[10] Aunque son múltiples son las referencias de Richard a las operaciones desde la coalición gobernante también hay referencias a otras, como las del diario El Mercurio: “La historia contada: el archivo fotográfico del año 1973 del diario El mercurio”. Idem, p. 204 y ss.
[11] Ahora me llama la atención que en 1969, Octavio Paz pensara que tras el fin de la revolución mexicana (que él sitúa entre las décadas de 1940 y 1950, es decir, entre los gobiernos de Manuel Avila Camacho y Miguel Alemán) se impusieran algunas transformaciones en el lenguaje oficial. Por su retórica, de un “uso inmoderado de una jerga radical”, para Paz, el pri debía compararse a los partidos del Este de Europa, con la salvedad de que en México, éste promueve una implantación capitalista. Pero Paz ve en la retórica oficial (y en la de los medios) de aquellos años, algo que para seguir a Richard debiéramos denominar torsión: “Sentados sobre México, los nuevos señores y sus cortesanos y parásitos se relamen ante gigantescos platos de basura florida. Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje. La crítica de la sociedad, en consecuencia, comienza con la gramática y con el restablecimiento de los significados”. Ante esta torsión de sentidos, Paz imagina un restablecimiento (subrayado mío). El laberinto de la soledad. Posdata. Vuelta al laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, pp. 257 y 274, respectivamente.
[12] “El presente del consenso tuvo que defender su novedad político-democrática -su discurso del cambio- silenciando lo no nuevo (lo heredado) de las formas económico-militares de continuación del pasado dictarorial y ocultando esta perversión de los tiempos con el disfraz del autoaformarse de manera incesante como actualidad gracias a la pose exhibicionista de un presente trucado”. Idem, p. 143.
[13] Allí se tensan aquella “Echeverría o el fascismo” con el “arriba y adelante”, enunciadas por Carlos Fuentes y Luis Echeverría respectivamente. Allí se produce un nuevo pliegue de la retórica del partido, se da un salto en la narrativa oficial, que tras la masacre se volverá mucho más eficiente y polifacética.
[14] En “Las mujeres en la calle (con motivo de la captura de Pinochet en Londres en 1988)”, Richard considera que la detención del dictador logró alterar la programación mecanizada de lecturas del pasado que sostenía la Concertación. Ver, p. 153 y ss.
[15] Esto se desarrolla a lo largo del libro pero está enunciado como problema principal en “Destrucción, reconstrucción y deconstrucción”, p. 29 y ss. Richard ordenaría estas cuatro formas de la enunciación de la memoria, en las versiones oficiales y las contraoficiales. He aquí la primera contorsión simbólica, a partir de la que Richard fundamenta su necesidad de atender a los discursos marginales y fragmentarios. Sólo estos mantendrían algo de la complejidad de la experiencia, sólo aquí se encontrarías las asperezas del dolor. Y estas asperezas son, especialmente, lo que ha quedado fuera del pacto social posdictadura. El movimiento es digno de análisis: el quiebre produce que una versión contraoficial se deslave para reinventarse junto con la antigua versión oficial en una de consenso, enunciada en los hechos en la Concertación gobernante desde la caída del régimen militar. Las partes del polo victimario –como lo llama Richard- que quedan afuera son expulsadas hacia una nueva forma de margen. Las partes que quedan afuera del núcleo duro del discurso irreconciliable de la dictadura también se marginan, los actores en cambio, y ante la contorsión de la oposición pinochetista, encuentra formas de reciclamiento (Richard ejemplifica con el caso de las imágenes de 1973 y el prólogo de Jorge Edwards: “si miramos éstas fotos –escribe Edwards- desde la distancia de la historia, a sabiendas que pertenecen a una época de ruidos y furores que no significan mucho, tenemos la posibilidad de doblar la página”, p. 209).
[16] Paz lo enuncia como posibilidad, pero me interesa la descripción: “Se habría roto así la cárcel de palabras y conceptos en que el gobierno se ha encerrado, todas esas fórmulas en las que nadie cree y que condensan en esa grotesca expresión con que la familia oficial designa al partido único: el Instituto Revolucionario”. Ante las demandas estudiantiles, en consecuencia: “el gobierno prefirió apelar, alternativamente, a la fuerza física y a la retórica revolucionario-institucional”. Posdata, p. 250 y 151, respectivamente.
[17] José Elías Palti, La nación como problema. Los historiadores y la “cuestión nacional”, Argentina, FCE, 2003, p. 62 y ss.
[18] Renovación discursiva acompañada de un pacto curioso con Fidel Castro en Cuba y con la ruptura de relaciones, en 1973, con el Chile pinochetista.
[19] Este comprender unido a aceptar, tiene a su vez, varias dimensiones. Ingresar en este terreno debería llevarnos a discutir mecanismos de control políticos y prácticas públicas deshonestas (cuyas marcas en el lenguaje son ya inocultables: se trata de un diccionario de neologismos políticos mexicanos en ciernes que debería contener y explicar acepciones de palabras y expresiones como acarreo, aviador, compra de conciencias, concertacesión, cooptación, cortina de humo, filtración, ingeniero electoral, pliego negro, tongo, etc.), y que tienen un nivel superior, que sería la propia contorsión del discurso oficial, que mantiene una retórica asistencial mientras desarma el sistema asistencial, de llamado al diálogo mientras se criminaliza la protesta social, como también se dice.
[20] Definición encontrada en un panfleto sindical.
[21] Que posee una vertiente subjetiva de contornos generacionales, y que ahora sólo señalo como una reverberancia de las discusiones mi reporte anterior.

Una lectura temporal de los documentos sobre la masacre de Tlatelolco

Diversos son los tiempos que se condensan en la masacre de Tlatelolco. Una mirada desde los sujetos históricos que la hicieron posible, lleva a pensar en el pasado propio de la tarde de octubre. Aquellos que fueron emboscados, estudiantes y pueblo en general, se han esforzado en construir un tiempo para volver a la tragedia un relato histórico. En este esfuerzo se encuentra un debate importante, pero que ahora vadearé tras enunciarlo. Se trata de la inserción de la tarde del 2 de octubre en el desarrollo del movimiento estudiantil, en tanto que para muchos éste empieza unos meses atrás, fruto de una reyerta.[1] Otros han llamado a pensar al movimiento estudiantil de aquellos años fuera de 1968, y para ello enuncian con insistencia otros episodios violentos que tuvieron como actores a estudiantes y maestros en diferentes puntos del país. Así se traen a la mesa del 2 de octubre otras manifestaciones estudiantiles importantes en 1942, 1950, 1956, 1962, 1963, 1966, 1967, y acciones represivas (no todas efecto de una huelga) en los estados de Puebla, Michoacán, Tamaulipas, Sonora, Chihuahua, Guerrero, Tabasco.
Me interesa la segunda lectura (a pesar de sus recurrentes ilusiones acerca del sujeto social que habría protagonizado estos episodios) porque permite ver a los que fueron encargados de controlar los desbordes estudiantiles. No quisiera dar la idea de que una ampliación temporal pudiera ser por sí misma benéfica, ni que su reducción fuera por ello, nociva. La ampliación de la mirada de los conflictos estudiantiles, tiene en primer lugar que darle un poco de cuerpo a la tesis de la reyerta explosiva que circunscribe el conflicto a los días de julio a octubre de 1968. Permitir mayores explicaciones que la que conduce a mostrar a una sociedad de reacciones tempestuosas ante la represión oficial. Y explicar el sentido de las demandas estudiantiles expresadas en un pliego petitorio.
Mi interés tiene que ver con el reverso de los sujetos esbozados, su formación antagónica. Entonces, el interés por la segunda lectura no tiene que ver con los elementos comunes (tipos de demandas, el uso de la huelga) entre los grupos estudiantiles y magisteriales que entraron en conflicto con diferentes estratos de gobierno. Una lectura ya ensayada, por cierto. Voy en dirección lateral: estos enfrentamientos políticos previos sirven para entender las experiencias oficiales que se acumulaban en el control de los grupos opositores juveniles. Esto no quiere decir que desde esta perspectiva, se alimente y se le dé continuidad absoluta a esta segunda lectura. Pero sólo ella presenta una idea de por qué aquellos jóvenes disidentes aprendieron a sortear los mecanismos de control con que se les enfrentaba el estado, así como la tesis de que la construcción misma del Consejo General de Huelga era una manifestación de este aprendizaje. Pero mirar a los mecanismos desarrollados en el estado, tiene su fundamento hoy puesto que fueron estos los mecanismos que tuvieron éxito, y en definitiva, y los que más contribuyeron con su marca en el estado contemporáneo.
Este ensanchar la puerta para asomarnos al pasado mexicano, no obstante, tiene poco que ver con los propósitos de mi investigación.

Las versiones oficiales
El tiempo de mi investigación no responde al desarrollo del movimiento estudiantil ni a los acontecimientos represivos que lo fueron delimitando. Pese que el encuentro de estos es la masacre de octubre, y parece insensato no reconocer estas confluencias. Las versiones oficiales de la masacre han sido escritas, preparadas y/o difundidas en los años siguientes. Es este ritmo el que atiendo, el de las actualizaciones oficiales de lo que habría sucedido aquella tarde. Así, los tiempos que confluyen (en la experiencia de los actores) en los actores del drama son repensados desde las versiones oficiales. Estas proponen sus cortes temporales e intervienen en una organización del pasado y la experiencia estudiantiles: lo que es parte de los objetivos de algunas versiones oficiales. Pero es en el ritmo de su escritura, en el momento en que una versión vuelve a construirse para explicar la tarde del 2 del octubre, donde se encuentra la columna temporal de análisis.
Pensar las versiones oficiales, en plural, supone en este caso una organización temporal más allá del día al que hacen referencia las fuentes oficiales. Al reflexionar en detalle sobre la retórica oficial, lo hago menos preocupado en la variedad de géneros que la componen como en el momento en que estas versiones fueron construidas. Específicamente, porque una clasificación cronológica permite ver la adecuación del discurso sobre la masacre, según las necesidades del momento de construcción. Esta explicación cronológica se justifica a partir de una lectura de los horizontes y expectativas de intervención de las mismas versiones.
El orden en que fueron concebidas, produce una lectura que no es posible cuando las versiones se acumulan en la cronología del propio 2 de octubre (6:15, caen las bengalas y avanza el ejército; 6:45, comienza a cesar la balacera generalizada; 23:00, nutrido tiroteo proveniente de los edificios Aguascalientes, Revolución 1910, Molino del rey, etc.). O más bien, al acumularse en la lógica de la cronología del día, producen una versión llena de contradicciones y equívocos. Leídas en el orden en que fueron escritas, en cambio, las versiones oficiales adquieren un sentido. Así podemos ver aislas las variaciones entre una y otra, y ver en qué medida son el resultado de las intenciones de sus autores (también hay que comprender las variantes hacia adentro del gobierno). Una presentación cronológica, si se describen e identifican algunos géneros oficiales, permite identificar de qué manera la versión oficial agrega o sustituye una parte de la versión general que ya no funciona. Estos agregados y sustituciones, si se acumulan en la cronología de la sucesión de horas del 2 de octubre.
Ejemplifiquemos con un tema central para la versión oficial: el inicio del fuego.

En el inicio, el fuego
Una de las preocupaciones de la versión oficial fue presentar la acción represiva como una balacera iniciada desde los edificios en que estaban los estudiantes. Las dos fuerzas ocupadas que se disputaban el control estudiantil, el ejército y la Dirección Federal de Seguridad, ensayan versiones sobre el origen del enfrentamiento. Veamos estos esfuerzos en detalle, para ver el proceso mismo de escritura y usemos los principios de construcción temporal mencionados.
Dos versiones surgieron la noche del 2 de octubre para explicar públicamente el tiroteo. La primera, de labios de quien dirigió la operación, el general Marcelino García Barragán. La segunda, mediante la intervención del capitán Fernando Gutiérrez Barrios, titular de la dfs.

a) El ejército actuó por solicitud de la policía, dijo esa noche García Barragán. En conferencia de prensa reportada por el periódico El día, se asienta la declaración del secretario de Defensa: “el ejército intervino en Tlatelolco a petición de la policía y para sofocar un tiroteo entre dos grupos de estudiantes”.[2] Según esta primera posición pública del jefe militar, el ejército había entrado a la plaza luego de iniciado el tiroteo. Él mismo encabezaba las fuerzas y su puesto de mando habría llegado el pedido policial. Como se entenderá, esta versión era poco creíble, puesto que las crónicas periodísticas identificaban el inicio de la balacera con la entrada del ejército y el destello de bengalas militares.

b) La noticia de la herida del general se superpuso de manera inusual con la versión del jefe de Defensa. En el diario El excélsior del 3 de octubre, fuera del cuerpo central de la nota que narraba la masacre, se presenta un hecho poco común: un informe militar es entregado al director de los servicios de inteligencia. La nota periodística daba cuenta que:

El jefe de la DFS recibe el informe de un oficial militar: (…) el Gral. José Hernández Toledo fue herido de dos balazos cuando marchaba al frente de la tropa.[3]

(La nota central sobre la masacre de El excélsior, en cambio, no reflejaba la presencia del militar herido, sino que se encontraba entre quienes dirigían el operativo y las detenciones. También indica el ingreso del ejército, en el mismo momento en que se inician los disparos, rebatiendo la versión del jefe de Defensa:

De pronto, tres luces de bengala aparecieron en el cielo. Caían lentamente. Los manifestantes dirigieron, casi automáticamente, sus miradas hacia arriba. Y cuando comenzaron a preguntar de qué se trataría, se escuchó el avance de los soldados. El paso veloz de éstos, fue delatado por el golpeteo de los tacones de sus botas.Luego se inició la balacera…[4]
(…) Unos trescientos tanques, unidades de asalto, yips y transportes militares tenían rodeada la zona, desde Insurgentes a Reforma, hasta Nonoalco y Manuel González. No permitían salir ni entrar a nadie, salvo rigurosa identificación. Los generales Crisóforo Masón Pineda y José Hernández Toledo dirigen la maniobra, seguidos del general Mendiolea Cerecero, subjefe de la policía metropolitana[5]).

c) Cómo fue herido, debe preguntarse quien advierte la contradicción en la propia página de El excélsior del 3 de octubre. En la versión del periódico está la clave. ¿Qué informe habría recibido Gutiérrez Barrios esa noche? Sabemos que Gutiérrez Barrios reportó los incidentes del día. El director de dfs escribe que el general ha sido herido al intentar dirigirse a los manifestantes a través de un megáfono:

Como a las 18.15 horas irrumpió en este lugar el ejército. El general José Hernández Toledo, comandante del batallón de fusileros paracaidistas, a través de un magnavoz, exhortó a los manifestantes a que se dispersaran, siendo recibido por una descarga desde varios edificios, tocándolo una bala que lo hirió en le pecho, suscitándose a partir de ese momento una balacera entre estudiantes contra el ejército y la policía y granaderos resultando varios heridos, así como muertos.[6]

d) Al día siguiente, otra dependencia policial, se hizo eco de la versión de la dfs. La Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (dgips) le reportaba el episodio al secretario de Gobernación:

A las 18 horas iba a hacer uso de la palabra un miembro del Consejo General de Huelga, cuando se inició a las 18.10, una balacera en el edificio Chihuahua, precisamente en el tercer piso donde se encontraban los líderes del Consejo de Huelga.Cómo en esos momentos hacía su aparición el Ejército en la Plaza de las 3 Culturas, para impedir la realización de la Manifestación al Casco de Santo Tomás, hubo una confusión provocada por los disparos de arma de fuego que partían del edificio Chihuahua uno de los cuales hirió al Gral. Hernández Toledo, Comandante del Batallón de Paracaidistas, quien en unión de 4 oficiales iba a enfrentarse con los organizadores del MITIN para indicarles la prohibición de la manifestación. Al ver caer al comandante de la corporación y algunos oficiales, los Soldados y Oficiales que lo acompañaban empezaron a atacar a quienes consideraban sus enemigos…
(…) Después de hacer una serie de investigaciones en el lugar de los hechos y de hablar con agentes de la Policía Federal que fueron comisionados para aprehender a los miembros del Consejo de Huelga, se logró aclarar el origen de los hechos: un grupo de agentes de la Policía Judicial Federal y de la Dirección Federal de Seguridad, recibió órdenes de aprehender a los líderes del Consejo Nacional de Huelga y aprovecharon el mitin de ayer para identificarlos y detenerlos en el 3er piso del edificio Chihuahua en donde estaban presidiendo el acto. Cubrieron los elevadores con agentes federales para impedir la fuga de las personas citadas y a las 19.10 iban a detenerlos en ese lugar, para lo cual y encontrando resistencia, tuvieron que disparar sus armas al aire para amedrentarlos. Coincidieron estos balazos con la llegada de las tropas a la Plaza de las 3 Culturas y con la herida del comandante de las mismas, Gral. Hernández Toledo…[7]

La nueva versión de la dgips coincide con la versión de dfs en que se elimina el relato de las bengalas. Sin embargo, esta versión no menciona el megáfono, sino que explica que Hernández Toledo fue herido cuando iba a enfrentarse con los organizadores del mitin para indicarles la prohibición de la manifestación. Ese iba a enfrentarse para indicarles no puede sino interpretarse de la siguiente manera: si estaba en sus planes hablar con una multitud bajo la luz de una bengala, no alcanzó a hacerlo. El informe tiene un dato más de interés, en tres ocasiones explica la balacera como una confusión, pero analizar este punto ahora nos desviaría del problema de Toledo.
Por otro lado, en el libro Parte de guerra, de Julio Scherer y Carlos Monsiváis, se publicaron algunas páginas facsimilares de los documentos del ejército del año 1968. Hay uno que se refiere al general herido, y está fechado el 3 de octubre. Se trata de un informe escueto del Batallón de Fusileros Paracaidistas en el que se le informa de este acontecimiento al secretario de la Defensa:

Ayer, siendo las 1815 hrs. fue herido por arma de fuego el C. gral. Brig. José Hernández Toledo (…), en el momento en que los exhortaba a desalojarlo en orden y sin oponer resistencia...[8]

e) En 1969 el gobierno hizo escribir una novela. ¡El móndrigo! Bitácora del Consejo Nacional de Huelga, también incluía su versión del inicio de la balacera. Presentada como un texto anónimo, escrito por un miembro del Consejo Nacional de Huelga, el inicio de la balacera corresponde a una conjura comunista estudiantil. El texto tiene estructura de diario y así se prepara el joven narrador para asistir a Tlatelolco y darle final a la propia novela:

Octubre 1. (…) (Sócrates) nos informó que cuenta con la anuencia de amigos que son inquilinos en los edificios Chihuahua, Sinaloa, Issste, Molino del rey, Querétaro y Dos de Abril, con ventanas a la Plaza de las Tres Culturas para que nos apostemos y desde allí recibamos a tiros a los soldados… y a los que se atraviesen.
(…) Mi jefe directo es Raúl Álvarez Garín de Físico Matemáticas, quien se situará atrás de la iglesia de Tlatelolco para dar la señal de fuego con la luz de la Bengala.[9]
Octubre 2. (…) 6:03 Aparecen los soldados. Espero la señal de Raúl.
Ahora sí. Son las 6:15.[10]

f) Varias versiones comienzan a superponerse en el esfuerzo oficial por hacer de la masacre un enfrentamiento. Veamos, dos casos que son al fin, el mismo, siempre desde la perspectiva del hombre herido. En los archivos de la dgips se encontró un texto en construcción: Apuntes sobre Tlatelolco. El texto tiene un índice, que señala las intenciones del texto (de exculpar al gobierno), pero en su interior, el contenido no guarda una correspondencia absoluta. El texto, ha juzgar por su encuadernación, estaba siendo elaborado por Julio Sánchez Vargas, entonces procurador de la República. Sin embargo, incluye un texto escrito desde la perspectiva del jefe de Defensa:

f. El fuego obligó a las tropas a cubrirse, exhortando a gritos a la gente civil para que despejara la plaza (…). Parte del personal repelió la acción haciendo fuego (…). La intensidad del fuego obligó al suscrito y mi estado Mayor a permanecer al abrigo del puente, ya que en esos momentos no era posible cambiar de ubicación; así mismo, en esos momentos el general brigadier José Hernández Toledo comandante del 2do agrupamiento, quien se desplazaba cerca de mí, exhortando con un magnavoz a las personas civiles para que desalojaran la Plaza, fue herido de gravedad quedando…[11]

Que son líneas del secretario de Defensa lo corrobora el texto “Hechos sobresalientes del problema estudiantil y la actuación del Ejército para mantener el orden”, publicados en el libro de Scherer y Monsiváis. “Hechos…” se tiene una correspondencia absoluta con el acápite “Intervención del ejército” encontrado entre los textos de la dgips, es idéntica:

f. (…), en esos momentos el general brigadier José Hernández Toledo comandante del 2do agrupamiento, quien se desplazaba cerca de mí, exhortando con un magnavoz a las personas civiles para que desalojaran la Plaza, fue herido de gravedad quedando…[12]

Valen muchas preguntas sobre las contradicciones que, ordenadas temporalmente, estas versiones presentan sobre la escritura oficial. ¿Se le notificó al secretario de Defensa la herida de Hernández Toledo al día siguiente? No es posible, sobre todo porque: ¿acaso no se había notificado la noche anterior al titular de la dfs, como había reportado El excélsior? ¿Es posible que se emitiera un documento del ejército antes para Gutiérrez Barrios que para García Barragán?
Pero los documentos presentan otras dudas por la negación de las bengalas y por la contradicción sobre si Hernández Toledo emplazó a la población antes de que se iniciara la balacera (como escribe Gutiérrez Barrios), o fue herido antes de que alcanzara a utilizar su megáfono (como dice el resumen de la dgips), o si usaba su magnavoz bajo la lluvia de proyectiles (como escribe el suscrito García Barragán, que se dice testigo directo), o si existen razones para creer que participó en el operativo (como dice el periodista de El excélsior)… hasta que le dijeron: señor general queda usted herido de bala por disposición de la superioridad.[13]

La versión oficial que dejé afuera
La organización de las versiones sobre este minúsculo momento (origen de la balacera y la supuesta herida del general, etc.) ha sido cronológica hasta aquí, aunque en algunos casos, como las versiones de Barragán en sus dos ubicaciones, no pueda establecer una fecha de elaboración. He dejado afuera los relatos de los agentes de la dfs y la dgips, que escribieron sus reportes la tarde de Tlatelolco, que fueron fuentes para la versión de Gutiérrez Barrios y para la del resumen del 3 de octubre de la dgips. Estas versiones son anteriores a las agrupadas, y construidas como insumo y por ello poseen un atractivo especial:[14] son escritos para los jefes de los servicios, pero no para una autoridad superior. Así, sus horizontes parecen reducidos al reporte de lo visto y oído, y por ello son exhaustivos y lleno de referencias de personas. Reflejan la escritura de libreta (frases en discursos, escritos de pancartas, etc.). Cuando se refiere al momento de nuestro interés, el informante de dfs no menciona ningún megáfono, ni reporta la herida del militar:

A las 18:15 hrs. se anuncia a grandes voces la llegada del Ejército, provocado esto por una luz de bengala lanzada desde la zona de Relaciones Exteriores, seguida de una ráfaga de arma de fuego de la misma dirección.(…) El ejército ingresa a la plaza desplazándose desde las posiciones que ocupaban, en una acción de cerco, después de que fue lanzada una luz de bengala.[15]

El agente de la dfs ha estado en Tlatelolco e identifica las bengalas que anuncian el movimiento militar: una ráfaga de ametralladora y los disparos desde el edificio Chihuahua. El otro reporte titulado, “Información: daayc”, fechado el 2 de octubre, también es un reporte de las últimas horas del día:

El tercer orador (…) lanzaba duros cargos al señor Presidente de la República a los periodistas, y dijo entre otras cosas “el gobierno del estúpido Díaz Ordaz y del idiota” estaba dirigiendo fuertes expresiones a los estudiantes de México y al pueblo mismo de México, en estos momentos fue lanzado un cuete de luces verdes y rojas, que iluminó el cielo sobre la iglesia de Tlatelolco y a esta señal avanzó el ejército rodeando la zona del mitin y al quedar ya dentro frente al edificio del ISSSTE, a donde en el 2do. Piso en el balcón del ambulatorio, se encontraba presidiendo al mitin, los elementos del Consejo Nacional de Huelga, así como maestros y periodistas y fotógrafos nacionales y extranjeros de una de las ventanas de dicho edificio y de otros edificios circunvecinos se disparó con armas de calibre 22 al parecer por lo que de inmediato los elementos del ejército se pusieron a la defensiva y tomaron posiciones de combate y se entabló un duelo a tiros entre los dos bandos (…) eran menos de las 18 horas, 20 minutos.[16]

En ninguna de estas versiones aparece el herido y el magnavoz. Esto es coincidente con el relato de centenares de testigos, que jamás vieron caer al general ni escucharon un magnavoz. Como vimos en las crónicas periodísticas, el titular de Defensa dijo el 2 de octubre que había acudido a sofocar una balacera, sin mencionar que quien comandaba la operación había sido herido. Porque de ello habría sido enterado al día siguiente (aunque luego dirá que en realidad iba junto a él, pero no como dice dfs, herido en el momento en que sino bajo una balacera que no permitía moverse). Pero vaya, esto deja afuera al director de dfs que apareció en el diario El excélsior, recibiendo un informe con el dato del herido (pese a qué al secretario de Defensa se le informó al día siguiente…) Estamos ante el nacimiento de una versión oficial, ante una operación, que vaya, luego le sería bastante rentable al régimen.

Tiempo y temporalidad
Me he demorado en un ejemplo de cuál es una de las funciones principales del problema del tiempo en mi investigación. Sobre todo para que se entendiera que este acompaña a la fuente en virtud de una característica que bien pudiera ser intrínseca del carácter oficial. Este toma una perspectiva de lectura cuando se tiene en cuenta el momento de elaboración de un documento sobre un conflicto político del pasado. Cada uno de las versiones muestra, al trabajar sobre su propio momento de escritura e inscripción, una variación de horizontes que presenta mejor así sus huellas. Cuando es observada como una sucesión de capas, la escritura oficial adquiere una densidad que la aleja del acontecimiento, para reflejar el carácter de sus propias transformaciones, los objetivos de su constante construcción.
El ejercicio hecho, que desde la perspectiva de saber qué pasó puede reducirse al problema de las 6 y diez minutos hasta las 6 y veinte, tiene muchas más facetas. Desde la perspectiva del momento de escritura, la lectura de las fuentes oficiales se entiende desde las características de su producción. Y si consideramos a la documentación desde una perspectiva del momento de escritura, debiéramos distinguir también en qué presente está su sistema de referencias y horizonte. Esto es, considerar que un aparato burocrático produce constantemente documentos para asentar datos según un sistema de reporte temporal variable. Este es el presente de la visión, en la mayoría de los casos (aunque nuestro ambiente sobre las cosas de gobierno merece más sospechas). Le corresponde el decir de lo que fue hoy. Este es el caso de los reportes que dejé afuera. Las otras versiones corresponden al presente de las cosas pasadas, el de la memoria.[17] Pero ¿acaso esta lectura es posible?
Si esto permitiera desplazar la lectura a la variación del horizonte del presente en tanto este tiene como referencia al pasado, entonces solo restaría poner el énfasis en el conflicto. Deberíamos tener una idea más firme de los temas del pasado de los que se ocupan los documentos oficiales, cuando lo hacen fuera del registro diario. Arriesgo que el conflicto es un buen disparador de la documentación oficial de este tipo. La justicia, por ejemplo. Pero, cuando el pasado es un tema de análisis de los sectores de control político (que es donde el gobierno es parte y toma partido) o este trata de un conflicto con la ciudadanía, es terreno de tergiversaciones menos inconscientes que las que suponen otras fuentes. Lo oficial aquí, parece reclamar una lectura específica sobre los usos de su imaginación y su retórica particular.
[1] Para la historiografía dominante, el 22 de julio de 1968 se inicia el movimiento estudiantil con el desenlace que todos conocemos. Esta tesis, que configura ya un sujeto histórico particular, tiene ya sus detractores. En pocas palabras, estos sostienen que otros encuentros violentos en otros estados y en años recientes, contribuirían a explicar mejor el fenómeno popular de 1968.
[2] Ramón Ramírez, El movimiento estudiantil de México, p. 387.
[3] Diario Excélsior, 3 de octubre de 1968.
[4] Ramírez, Ramón, op. cit. p. 388.
[5] Idem, p. 390.
[6] DFS 11-4-68, L44 F253
[7] IPS 1459-A/E16/F2
[8] Scherer et al, Parte de guerra, op. cit. p. 112.
[9] ¡El móndrigo! Bitácora del Consejo Nacional de Huelga, Editorial Alba Roja, México, s/f, p. 181.
[10] Idem, p. 184.
[11] Apuntes sobre Tlatelolco, dgips 2865, folio 141.
[12] Parte de guerra, op. cit, p. 141.
[13] Aunque esto habrá que decirlo de un modo menos incisivo.
[14] Kubler le llamaría señales primarias: pues entre las versiones señalas, éstas serían “el testimonio más cercano al acontecimiento mismo”, mientras que las otras serían señales más complejas, estimuladas por las señales primarias. Ver George Kubler, La configuración del tiempo, Nerea, España, 1988, pp. 81 y 82
[15] DFS 11-4-68/L44/255-257
[16] IPS 1459. Los subrayados, salvo indicación, pertenecen al original.
[17] Como lo consideraría San Agustín en el marco de los tres tiempos en que las cosas se registran. Ricoeur, Tiempo y narración, p. 51.

Subtextos en Postdata, de Octavio Paz

Desde una perspectiva político literaria, el año 1969 fue para México fecundo. Ese año se escribieron un gran número de textos que tuvieron a la masacre de Tlatelolco como epicentro para discutir las características del régimen político. Esa efervescencia[1] no hacía sino advertir que las propias circunstancias políticas que habían hecho posible la masacre (sobre todo en virtud de las características de la confrontación), y serían motivo de análisis constantes en las siguientes décadas. Aquel año, Octavio Paz, entonces reciente ex embajador de México en India, escribió tres textos sobre el presente mexicano, cuyo objetivo confesado era reflexionar “sobre lo que ha ocurrido en México desde que escribí El laberinto de la soledad.”[2] Con este texto, Octavio Paz participa, en los términos en que adelante discutiremos, en un amplio caudal de discusiones derivadas de la masacre de Tlatelolco y de las características del régimen y su oposición.
Estos tres textos, publicados en 1970 bajo el título de Posdata, forman parte además de una antigua tradición intelectual internacional, consistente en la realización de un diagnóstico general sobre la situación de un país, encargado a un miembro distinguido de la comunidad. Es decir, es el resultado de una conferencia como lo advertirá el prólogo.[3] En adelante, creo haber construido dos discusiones. Una, derivada de la propia argumentación de Postdata en nuestros propios términos, en algo diferentes a los que sugiere el autor. Y otra, derivada del tipo de explicaciones del texto sobre el año 1968, algunas de ellas, todavía dominantes.

Escrito después. Posdata, presentado como una prolongación de otro libro escrito veinte años antes, es una crítica a la clase política mexicana agrupada alrededor de la silla presidencial. Antes de entrar al énfasis del texto me parece justo señalar el momento que vivía el propio de Paz, su reciente desvinculación del Partido Revolucionario Institucional, como protesta a la masacre de estudiantes el 2 de octubre de 1968, tema del libro. La reacción de Paz ante la violencia gubernamental (como renuncia) es parte de Posdata, creo, en tanto que este es en parte una fundamentación sobre una decisión, o posición ya tomada, que había tenido anteriores repercusiones literarias.[4]
Junto con la advertencia hecha por el propio Paz de que Postdata es una prolongación en tanto se considerara como una nueva tentativa autocrítica,[5] las circunstancias de su escritura veinte años después, y nuestra lectura ahora, piden otras razones para pensar en aquello que una tiene de prolongación en la otra, y aquello que no. Un primer problema ocurre por la sensación (más allá de la clara alusión de su autor) derivada del criterio editorial conque estas obras nos llegan últimamente.[6] Este diseño editorial (téngase en cuenta que Postdata de publicó separado de las reediciones de El laberinto de la soledad, y en otra casa editorial) no debiera ensombrecer la lectura antropológica del primero con las preocupaciones políticas del segundo. Tampoco el encierro que propone la edición mencionada de Postdata (entre El laberinto… y la Vuelta a El laberinto…), debiera limitar la lectura del texto escrito en 1969, no tan enmarcadas en las proposiciones realizadas en 1950 y retomadas en la entrevista final. Pongo en duda ahora el esfuerzo de Paz, reforzado por un criterio de distribución que años después considera a Postdata como la célebre secuencia,[7] porque siento que suaviza las diferencias de objetivos entre un texto y el otro.
Descontemos algunas operaciones: que hay veinte años entre un texto y otro, que el prestigio del primero marca la escritura del segundo y no al revés, que se insertaron en momentos distintos que deben entenderse (lejos de nuestra lectura), etc. Para subrayar que la noción de secuencia que el propio Paz busca señalar, que, o este se propone suavizar su ruptura misma, desde la crítica intelectual, con el régimen de partido único; o se acentúa una continuidad en el pensamiento que tienda a suavizar su propia relación con el régimen. El carácter de postscriptum que liga a ambos textos oscurece a su vez, lo que luego será clave como tema, el día después de la masacre de Tlatelolco, que no sólo desafía al intelectual para que aporte su interpretación sino para que también fije su posición. Si la noción de escrito después, aunque Paz considere a este como una versión autocrítica, sugiere que este libro es una coda de aquél, su expresión pierde felicidad. En este sentido, Postdata no debe entonces considerarse coda (como agregado capilar, como balance que se hace al cabo de los años) sino ser apreciado particularmente en todas sus intenciones y presupuestos.

El parteaguas de Postdata. Las ideas de Postdata se encuentran hilvanadas en tres capítulos: “Olimpíada y Tlatelolco”, “El desarrollo y otros espejismos” y “Crítica de la pirámide”. En menos de cien páginas, con un estilo didáctico (quizá de quien habla en el extranjero: recordemos que nace de una conferencia en Austin”) y salpicado de referencias prehispánicas,[8] Paz desarrolla un panorama de los últimos años del escenario político mexicano. Esto puede entenderse interpretarse en dos sentidos, que Paz produce una descripción cabal del grado de corrupción política que arrastraban los gobiernos priístas mientras amplía las reverberancias del pasado en el presente, o que suma su voz al coro de los intelectuales que demandaban en aquellos años el fin del régimen del partido único y la democratización política.
Es posible que las dos cosas. Aunque lo segundo nos llevaría a acentuar la independencia de Postdata como crítica al régimen de partido único, ya que su escritura está detonada por la matanza de estudiantes. En este sentido queda claro que el texto no debe entenderse como resultado de la acumulación de episodios tras dos décadas, sino como texto motivado por un hecho que lo marca temáticamente, y que ha producido una ruptura en el tejido social, en la propia vida de Paz, etc. Como miembro de la elite de gobierno, y como intelectual de exposición, es poco probable que Paz no considerara darle a su reflexión el carácter de una explicación teórica de su impetuosa separación como embajador, de su propia ruptura. Tampoco es probable que no interpretara que ya no era unilateral, en Postdata reflexiones sobre cómo se considera la crítica desde el gobierno.[9] A mi juicio, esto explica que Paz realice una crítica fuerte (apenas camuflada entre pirámides, rituales antiguos y en la ilusoria continuidad entre éste y el libro escrito en 1950) sobre el tamaño de la esclerosis del esquema presidencial.
La masacre de Tlatelolco, sin ser el único tema de Postdata (aunque es mencionado con insistencia en los tres ensayos que lo componen),[10] como dije, determina la escritura del texto, como reacción. Paz asume en Postdata algo que se ha vuelto ya un lugar común de izquierda nacional: la matanza de Tlatelolco constituye una suerte de parteaguas nacional. En las palabras de Paz, “el 2 de octubre terminó el movimiento estudiantil. También terminó una época de la historia de México”.[11] Para Paz se cierra un periodo de transición, el régimen ahora o se democratiza o se vuelve una dictadura. Pero no en la dirección de una dictadura militar,[12] bandera que Paz piensa agita el gobierno mismo, sino en torno a los poderes que hoy suelen llamarse fácticos.[13]
Cualquier análisis de la tesis del parteaguas debe preguntarse porqué esta matanza estudiantil es considerada el fin de una época de México, según las palabras de Paz. Es cierto que ahora recojo, más allá de Postdata, la inclinación (por razones bastante diversas) a considerar a la masacre como tal, tras considerar que hubo otras en el periodo.[14] En este ensayo, queda claro que para Paz, la razón por la que la matanza separa dos momentos de la historia nacional, tiene que ver con la visibilidad de lo que considera la esclerosis del régimen:
La esclerosis no sólo es síntoma de vejez sino de incapaz de cambiar. El régimen mostró que no podía ni quería hacer un examen de conciencia; ahora bien, sin crítica y, sobre todo, sin autocrítica, no hay posibilidad de cambio. Esta debilidad mental y moral lo condujo a la violencia física.[15]
La crítica general de Paz, cuyo último momento es declarar a la continuidad del régimen presidencial como una antigua práctica de usurpación (e incluso señalar algunas de sus recursos narrativos, como el Museo de Antropología),[16] deriva de la noche de Tlatelolco porque los hechos de esta misma constituyen una revelación. Esta revelación, que ahora nos permitiría ver algo de nuestro presente que estaba oculto, (la historia invisible, dice Paz):
Lo que sigue es una tentativa por traducir el 2 de octubre en los términos de lo que yo creo que es la verdadera, aunque invisible, historia de México: esa tarde la historia visible desplegó, a la manera de un códice precolombino, nuestra otra historia, la invisible. La visión fue sobrecogedora porque los símbolos se volvieron transparentes.[17]
Para este momento me era útil identificar los recursos prehispánicos de El laberinto de la soledad en Postdata, como elementos de continuidad. La tesis es popular: Tlatelolco es algo más que la expresión del autoritarismo priísta, es también un acto de sacrificio ritual que viene de tiempo azteca, puesto que esta es también una de las lecturas de Paz. Es difícil pensar en esta tesis fuera del sistema de analogías con que Paz recuperó una mirada del mundo indígena en El laberinto de la soledad.[18] Pero me resisto, sobre todo si es a costa de sacrificar el espíritu político de Postdata que hemos señalado, en cuyos momentos nos hemos detenido, incluso para señalar acciones del autor (más allá de la propia ampliación de la conferencia de Austin). En todo caso, estas acciones, entre ellas su renuncia al régimen que es objeto de la crítica de Postdata, no parecen derivar de una revelación de orden precolombino.
La noche de Tlatelolco se produjo una revelación (ante los ojos de la prensa mundial) del carácter autoritario del régimen. Carácter que contrastaba con el reconocimiento que México tenía en el mundo, y que las Olimpíadas refrendaban, según Paz, como confianza a la nación. En cambio, “en el momento que el gobierno obtenía el reconocimiento internacional de cuarenta años de estabilidad política y progreso económico, una mancha de sangre disipaba el optimismo oficial y provocaba en los espíritus una duda sobre el sentido del progreso.”[19] ¿Quiénes son los espíritus que tras la mancha de sangre tendrían dudas sobre el sentido del progreso de México? ¿Los mexicanos, los extranjeros, los técnicos, los intelectuales (entre ellos el propio Paz)? Como sea, estos eran ahora, los desengañados.
En el gobierno de México, allí donde se continuaba la usurpación del Tlatoani y del español (¿la duda despejada?), quedaban los que habían dejado pasar la oportunidad de legitimarse, siquiera, oyendo o cediendo a alguna demanda estudiantil: “La actitud de los estudiantes le daba al gobierno la posibilidad de enderezar su política sin perder la cara. Hubiera bastado con oír lo que el pueblo decía a través de las peticiones juveniles (…). Se habría roto la cárcel de palabras y conceptos en que el gobierno se ha encerrado, (…). Al liberarse de su cárcel de palabras, el gobierno habría podido formar la otra cárcel, más real, que lo envuelve y paraliza: la de los negocios e intereses de los banqueros y financieros (…). El gobierno prefirió apelar, alternativamente, a la fuerza física y a la retórica revolucionario institucional.”[20]
La consideración de Paz sobre el régimen (con algunos consejos prácticos fuera de tiempo) vista bajo la revelación del códice cuyos signos serían transparentes, es entonces una justificación de la ruptura, y un sitio desde el cual hacer un llamado a un proceso de democratización, a riesgo de lo que podría comenzar a nombrarse como dictadura. Entonces, digo que debemos minimizar la lectura de continuidad entre El laberinto de la soledad y Postdata, para señalar las características específicas que producen al segundo, y que determinan en buena parte su horizonte. El horizonte, que ya dijimos, la idea de un México distinto tras la masacre, también contiene algunas preguntas en el marco de las discusiones sobre las tesis sobre del movimiento estudiantil mismo.

Tesis sobre el año de Tlatelolco. Durante mucho tiempo, y para muchas personas, fue importante saber qué había pasado exactamente en el año 1968. Y de igual manera, explicar, más allá de la propia noche de Tlatelolco, las características de la confrontación de fuerzas de aquel año, el entramado que permitió la organización estudiantil y su respaldo popular, y las posibles intrigas de palaciegas que llevaron al gobierno a semejante resolución. Para algunos aspectos de estas reconstrucciones, el texto de Octavio Paz sirvió como referente central, y ahora es la estructura para identificar aquí, cuáles son sus señalamientos que aún debemos considerar dominantes, y que quizá valga la pena desplazar.
1. El año propio en un mundo caracterizado por otras revueltas, “protestas, tumultos y motines en Praga, Chicago, París, Tokio, Belgrado, Roma, México”.[21] La introducción que Paz realiza a los sucesos en México invita pensar en un terreno de estudios fértiles en los años siguientes: los imaginarios. Para Paz, el fenómeno de las revueltas de esos años tiene grandes proporciones, pero variadas son sus causas y sus efectos. Sin embargo, sobre este punto debemos construir algunas precisiones. La primera de ella, debiera aclarar si los acontecimientos del mundo son una clave en el imaginario estudiantil o lo son desde una perspectiva de lectura, propuesta por el ensayo. Hay aquí una discusión en términos de para qué se usan estos referentes. La segunda consiste que en un efecto de esta proposición. Postdata es capaz de identificar una decena de referentes en otras ciudades del mundo para juzgar la revuelta de 1968, pero no reconoce ‘antecedentes’ en el pasado mexicano. Para Postdata, “el movimiento estudiantil inició como una querella callejera entre bandas rivales de adolescentes”.[22] Puesto así, puede reducirse el conflicto que se arrastraba en el sector educativo, y ampliarse la idea de que la rebelión latía genética en la mente juvenil. Entre estas posiciones (que retrato en sus extremos de caricatura) hay un buen número de discusiones dadas. Al volver Paz del estudiante un joven, ya no le cuesta interpretar a cabalidad sus voluntades: los jóvenes mexicanos pedían en 1968, a coro, democratización. En otras palabras, el camino que va de explicación mundial a la democratización, como veremos, conduce también a desdibujar la especificidad de las demandas estudiantiles.
2. De la querella callejera al 2 de octubre. Tiene varios efectos circunscribir el conflicto estudiantil a los hechos acontecidos desde la querella callejera del 22 de julio. Puesto así, el movimiento estudiantil es un fenómeno que dura tres meses, casi, desde la constitución misma de la organización de su Consejo Nacional de Huelga, hasta su disolución el día de la masacre. En estos términos, a los que Postdata suscribe, el conflicto estudiantil parece el resultado de una suma de simples equívocos oficiales y una extraordinaria (y por lo tanto, sospechosa) articulación estudiantil. No hay lectura que no vea en estos dos elementos explicaciones plausibles para uno que otro momento de la batalla de aquel año. Sin embargo, este acotamiento no permite ver con claridad las razones que habrían permitido el apoyo de tantas organizaciones estudiantiles del país, ni explicar el apoyo urbano. ¿Es que esta querella callejera está a sí misma, desprovista de pasado? Asombra, por otro lado, la insistencia oficial por presentar en esta querella como el punto casual (otros dicen, preparado) de inicio de tormenta.[23] Pueden verse varios desplazamientos; señalo dos. El primero es suavizar una lectura del 26 de julio, día en que el gobierno allanó oficinas y casas de miembros del partido comunista. Pero la más importante, consiste en reducir el sentido mismo de las demandas estudiantiles. No es el lugar de historizarlo, pero un efecto de la reducción a la querella consiste en disimular que los antagonistas ya se conocían, que el ejército tenía experiencia en el manejo de conflictos estudiantiles (en diferentes niveles, en varios estados del país, durante más de una década).
3. Sobre la democratización. La reducción del estudiante en joven informado de lo que sucedía en el mundo,[24] combinada con la espontánea indignación organizativa tras los golpes del 22 de julio, permite otra operación al Paz de Postdata. La espontaneidad también hizo que “sin habérselo propuesto expresamente, eran los voceros del pueblo.”[25] Hay que discutir las ideas de Paz en términos de que son visiones dominantes, y por lo tanto tienen ya efectos. Postdata propone resumir las demandas de los estudiantes en, democratización. Dejemos pasar el hecho de que la palabra democratización no figurara entre los 6 puntos del pliego petitorio estudiantil (que Paz no menciona). Obviando las demandas (junto al horizonte de sus repercusiones) no le cuesta a Paz considerar al movimiento como reformista y democrático, que como era ya un clamor civil, buscaban acabar con el régimen de excepción del partido único.[26] Adhiero al hecho de que la noción de democratización sea un buen resumen del sentido en que se agruparon grandes sectores de la población mexicana, al atender la voz crítica estudiantil. Pero recuperarse el hecho de que otros sectores sociales (rurales, periféricos y subalternos), también tenían representaciones en el conflicto, y una voz que la palabra reformista coloca expresamente a un costado. Es aquí donde no conviene hacer una lectura del movimiento estudiantil que ponga su énfasis sólo en los sectores medios mejor representados en la unam. Romper el cerco temporal de la querella estudiantil hacia atrás, presentará un panorama más amplio del carácter social del malestar universitario, que es a mi juicio, uno de los substratos del alto a la violencia y la represión que suponían los puntos del pliego petitorio. Se entiende además, con esta ampliación hacia atrás, porqué estos seis puntos demandan libertad a los presos políticos, renuncia de autoridades, desaparición de cuerpos represivos; es decir, el fin de un método. Ese método no puede expresarse ni entenderse con la tesis de la querella callejera. El problema no es que esto confluya en la modificación del método, entre democracia y garrote. El problema es el tipo de sociedad que piensan esos que enarbolan las demandas, y que ya han sido reprimidos antes (puesto que de otro modo no se explicarían sus demandas). No solamente el tipo de sociedad que están dispuestos a pensar quienes ven en esta noche una revelación del autoritarismo.
4. Como vemos, la periodización de Postdata (que ni le es privativa, ni tiene pocos antagonistas)[27] permite suavizar el contenido social de las demandas estudiantiles para simbolizarlas en una demanda total, democratización. Tras la oclusión de lo social, la discusión sobre el método en sí es lo que resulta reformista. Las advertencias de Paz sobre los fanatismos juveniles,[28] como la supuesta aceptación generalizada de que nadie esperaba del gobierno un cambio radical,[29] también nos permiten pensar el horizonte del fin de época que el autor se concede. ¿Qué otra cosa podían significar el diálogo público y las demandas de un pliego petitorio? El argumento, como posición discursiva estratégica, atraía para sí la lógica del pensamiento común, que incluso “recogía la demanda que habíamos hechos un grupo de escritores en 1958, ante disturbios semejantes, aunque de menor amplitud.”[30] ¿Qué tenía de impensable sentarse en un diálogo público? Para el gobierno, las demandas consistían en desmontar algunos de sus instrumentos de control políticos, de los que dependía. Me parece que esta doble reducción (una manifestación espontánea sin demandas de cambio de fondo) permite afirmar entonces que “la actitud de los estudiantes le daba al gobierno la posibilidad de enderezar su política sin perder la cara. Hubiera bastado con oír lo que el pueblo decía a través de las peticiones juveniles.”[31] Como hecho adicional pensemos que olvidar las demandas y circunscribir el problema al 22 de julio, tampoco lleva a explicarnos el tamaño de la red de espionaje que había montado el gobierno para esos años, ni tampoco la forma utilizada para disolver el problema.
[1] La lista de los textos escritos en 1969 es amplia y el tenor de la reflexión incluye un número también variable de registros. En la cárcel de Lecumberri, se escriben textos que van de la literatura al testimonio: El apando de José Revueltas, Los días y los años de Luis González de Alba, o Tlaltelolco, reflexiones de un testigo, de Gilberto Balam, por ejemplo. Se escriben textos sobre el movimiento estudiantil y la propia mnasacre, dos casos sobresalientes: El movimiento estudiantil de México de Ramón Ramírez, y La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska. Tras la misma masacre se escribirán además, libros que colocarán a la explosión violenta de Tlatelolco, como acontecimiento axial de argumentaciones mayores. Entre ellos, Días de guardar de Carlos Monsiváis, publicado a finales de 1970.
[2] Octavio Paz, El laberinto de la soledad. Posdata. Vuelta a El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, p. 235.
[3] Este texto es a su vez, el resultado de una conferencia pronunciada en la Universidad de Texas. Idem.
[4] La protesta misma (que como hecho está ausente en el texto que analizamos) creo consta de dos textos: una carta de renuncia al presidente del embajador Paz, hecha pública inmediatamente, y un poema dedicado a las Olimpíadas, escrito para responder al pedido de los organizadores. El segundo texto (descarto la justificación del primero) tiene una historia tragicómica: los organizadores de la Olimpíada de 1968 le piden a Octavio Paz un poema para la celebración; Paz se niega. Sin embargo, tras la masacre y su renuncia como embajador, se arrepiente de su decisión y escribe finalmente el poema. Lo remite con una carta explicando el cambio de decisión. El poema, titulado Limpidez, habla de por segunda vez del episodio de Tlatelolco.
[5] “Es una prolongación de ese libro –escribe Paz- pero, apenas es necesario advertirlo, una prolongación crítica y autocrítica, Posdata no solamente por continuarlo y ponerlo al día sino por ser una nueva tentativa por descifrar la realidad”. Idem.
[6] Desde 1981, el Fondo de Cultura Económica publica juntos El laberinto de la soledad, Posdata y una entrevista de Claude Fell a Octavio paz, llamada Vuelta a El laberinto de la soledad. Así, el último textos, Vuelta…, cierra un círculo sobre Postdata. Cito la primera reimpresión de la tercera edición de esta suma de textos. La tirada del año 2000, vaya como dato a la recepción, constó de 50 mil ejemplares.
[7] Alusión en la contratapa de la edición citada.
[8] “Esa tarde la historia visible desplegó, a la manera de un códice precolombino, nuestra otra historia, la invisible. La visión fue sobrecogedora porque los símbolos se volvieron transparentes”, p. 292. “Los virreyes españoles y los presidentes mexicanos son los sucesores de los tlatoanis aztecas”, p. 297.
[9] “En México hay un horror, que no es excesivo llamar sagrado, a todo lo que sea crítica y disidencia intelectual”, p. 258.
[10] Además del primer capítulo, dedicado a la noche de Tlatelolco, ver la otras menciones: “La izquierda oficial, el sector técnico dentro del gobierno y muchos grupos de intelectuales han especulado siempre con la posibilidad de que el gobierno, valiéndose precisamente de la fuerza del pri y de los sectores populares que domina, se enfrente a la iniciativa privada. Me parece que el 2 de octubre disipó esas esperanzas. (…) el Partido empieza a mostrar una alarmante incapacidad para absorber o siquiera para desviar las frecuentes oleadas de inconformidad y de descontento, el sector privado tarde o temprano sentirá la tentación de deshacerse del pri Aquí aparece la doble alternativa que planteó el movimiento estudiantil, la alternativa en que termina todo análisis de la presente situación mexicana: democratización o dictadura”, p. 268-269. “Ciertos voceros del gobierno –periodistas, líderes obreros y campesinos, antiguos presidentes y unos cuantos ingenuos- enarbolaron frente al movimiento estudiantil dos espantajos: el de la revolución marxista leninista y el cuartelazo militar. (…) Observo que el ejército efectivamente intervino pero no para liquidar el orden reinante sino a varios cientos de muchachas y muchachos reunidos en una plaza pública”, p. 279. En “Crítica de la pirámide”: “Doble realidad la del 2 de octubre de 1968: ser un hecho histórico y ser una representación simbólica de nuestra historia subterránea o invisible. Y hago mal en hablar de representación pues lo que se desplegó ante nuestros ojos fue un acto ritual: un sacrificio”, p. 291. “Lo que sigue es una tentativa por traducir el 2 de octubre en los términos de lo que yo creo que es la verdadera, aunque invisible, historia de México: esa tarde la historia visible desplegó, a la manera de un códice precolombino, nuestra otra historia, la invisible. La visión fue sobrecogedora porque los símbolos se volvieron transparentes”, p. 292. “La plaza está imantada por la historia. (…) En la inmensa explanada de piedra, como si hiciesen una apuesta temeraria, los evangelizadores plantaron –ésa es la palabra– una iglesia minúscula. El nombre que escogieron para la plaza fue ese lugar común de los oradores del 2 de octubre: Plaza de las Tres Culturas. Pero nadie usa el nombre oficial y todos dicen: Tlatelolco. No es accidental esta preferencia por el antiguo nombre mexica: el 2 de octubre de Tlatelolco se inserta con aterradora lógica dentro de nuestra historia, la real y la simbólica”, pp. 312-314.
[11] P. 252.
[12] “Ciertos voceros del gobierno –periodistas, líderes obreros y campesinos, antiguos presidentes y unos cuantos ingenuos- enarbolaron frente al movimiento estudiantil dos espantajos: el de la revolución marxista leninista y el cuartelazo militar. (…) Observo que el ejército efectivamente intervino pero no para liquidar el orden reinante sino a varios cientos de muchachas y muchachos reunidos en una plaza pública”, p. 279.
[13] “La izquierda oficial, el sector técnico dentro del gobierno y muchos grupos de intelectuales han especulado siempre con la posibilidad de que el gobierno, valiéndose precisamente de la fuerza del pri y de los sectores populares que domina, se enfrente a la iniciativa privada. Me parece que el 2 de octubre disipó esas esperanzas. (…) el Partido empieza a mostrar una alarmante incapacidad para absorber o siquiera para desviar las frecuentes oleadas de inconformidad y de descontento, el sector privado tarde o temprano sentirá la tentación de deshacerse del pri. Aquí aparece la doble alternativa que planteó el movimiento estudiantil, la alternativa en que termina todo análisis de la presente situación mexicana: democratización o dictadura”, p. 268-269. En este punto debiera agregar, como ejercicio antitético, aquel citado texto de Carlos Fuentes, que no he tenido la suerte de leer: “Echeverría o el fascismo”.
[14] Sólo para otorgarle alguna densidad a la discusión, pero sin ánimos de rebatir la tesis, bien vale recordar algunas masacres contemporáneas, de las que Paz tenía noticias. Habían sucedido dos en el Estado de Guerreron en 1962 y 1967. También los seguidores de Heríquez Guzmán y de César Nava habían sido perseguidos y masacrados. No era la primera vez que el ejército se enfrentaba a los estudiantes, ni esos días ni en esos años. Y saliendo del registro de Paz en 1969, como no es el primero, tampoco sería éste el último hecho de sangre.
[15] P. 252.
[16] P. 317 y ss.
[17] P. 292.
[18] En un congreso en la unam, realizado en el mes septiembre escuché hablar de 2 de octubre no se olvida, novela de Antonio Velazco Piña. Quien me hablada de ella, la investigadora Eugenia Allier, había constatado que una versión de esta tesis (Tlatelolco en la novela forma parte de una antigua profecía relacionada con el despertar del volcán Popocatepetl) tenía un amplio impacto en algunos sectores de la juventud mexicana. Entre sus referencias se incluía una página virtual acerca de la novela en la que se constaban discusiones de los lectores. “2 de octubre no se olvida de Antonio Velasco Piña: una ‘memoria espiritual’ del movimiento estudiantil de 1968, conferencia pronunciada el 18 de septiembre, en el coloquio Literatura, memoria e imaginación de Latinoamérica a través de la oralidad y la escritura, cialc, unam.
[19] P. 248.
[20] P. 250-251.
[21] P. 241.
[22] P. 248.
[23] Dos casos sintomáticos. Es la tesis del Procurador de la República, Sánchez Vargas, que escribió como imforme final de lo acontecido el 2 de octubre para difundir entre los funcionarios de gobierno y la prensa. Y también la de ¡El móndrigo! Bitácora del Consejo Nacional de Huelga, novela anónima escrita en las oficinas de la Dirección Federal de Seguridad, dirigida por Fernando Gutiérrez Barrios.
[24] Esto también está discutido. El argumento central está en que está operación tiende a desestimar el conflicto desde la perspectiva de las escuelas del Instituto Politécnico Nacional. La mirada se concentra en los jóvenes de la unam. Sus efectos son, otra vez (desde un análisis de mentalidades) despolitizadores.
[25] P. 249.
[26] Pp. 249 y 250.
[27] La versión contraoficial, por cierto, tiene sus razones para pugnar por esta ampliación. Para Raúl Alvarez Garín, en La estela de Tlatelolco, el movimiento es el resultado de la violencia gubernamental. Sergio Aguayo es uno de los que dedica el inicio de 1968 Los archivos de la violencia, a indicar el ya añoso conflicto estudiantil, mencionando otros enfrentamientos del ejército. Hay muchos trabajos que ilustrarían la pugna, entre ellos, El otro movimiento estudiantil de Enrique De la Garza y otros, y Estado, Educación y Hegemonía: 1920-1956, de Salvador Martínez Della Rocca.
[28] P. 246.
[29] P. 250.
[30] Ibid.
[31] P. 250-251.