lunes, agosto 27, 2007

Entender la memoria en América Latina

Comentarios a Tiempo pasado, de Beatriz Sarlo*

El reciente libro de Beatriz Sarlo[1] constituye uno de los acercamientos más claros a los problemas historiográficos de América Latina de los últimos años. Sarlo da con un conjunto de elementos que presentan el entramado específico en que se mueven las reconstrucciones del pasado en la región, sobre todo, en tras las experiencias represivas de los años setentas. A los elementos que había analizado en otros textos, como el afianzamiento de la industria cultural y el borramiento de las historias nacionales en las sociedades actuales,[2] Sarlo agrega las modificaciones académicas e intelectuales de la disciplina, para entender las narraciones latinoamericanas sobre este pasado reciente. Y en este contexto, las características de las narraciones elaboradas de la mano de las lógicas impuestas por el mercado. Con estos elementos, Sarlo produce orden en la producción de estos años, a la luz de las transformaciones disciplinarias en el siglo, los esfuerzos de una sociedad por producir justicia, algo que contribuyó a devolverle al testimonio su prestigio como fuente de conocimiento del pasado gracias a la ausencia de datos oficiales de los crímenes cometidos.
En los inicios del texto, Sarlo subraya el carácter siempre conflictivo del pasado. En primer lugar, porque el tiempo propio del pasado es el presente, dice Sarlo citando a Deleuze. Además, sitúa las discusiones historiográficas, en un siglo fecundo de reflexión sobre la escritura de la historia, en las que hubo diatribas contra el historicismo, la historia monumental y fuertes sospechas de que una forma radicalmente nueva de pasado estaba naciendo de la mano de la industria cultural. Además, a la anunciada muerte del sujeto le siguió una restauración rabiosa con algunos componentes del desarrollo de las preocupaciones historiográficas del siglo.[3] Estos cambios de perspectiva, dice Sarlo, no podían haber sucedido sin una variación en las fuentes. Especialmente, el lugar que hoy le reconoce la academia a la historia oral, y el poderoso impulso de operaciones sobre el pasado basadas casi exclusivamente en la memoria.[4] En el caso de las experiencias represivas del siglo xx, la recuperación del testimonio apareció vinculada al mandato moral de la narración (como las de los sobrevivientes del holocausto nazi o el de los que vivieron la experiencia de cárceles clandestinas latinoamericanas). Estas narraciones permitieron en algunos casos, como en el caso argentino, la recuperación de espacios políticos así como la restauración de sistemas constitucionales democráticos.
Otros roces se producen entre los tipos de narración histórica, entre: los relatos de circulación masiva, con los límites y las posibilidades de la lógica de la industria cultural; y los que siguen las reglas y métodos académicos. Estos tipos de narración, según Sarlo, generan puntos de conflictos que pueden explicarse según sus fines y posibilidades explicativas. Donde una tiene éxito, la otra parece fracasar. Sarlo establece un lugar desde el cual someter a una serie de preguntas a los modos de representación del pasado, según una función en la que debiéramos coincidir: el carácter explicativo de esas representaciones. Si la historia masiva de impacto público simplifica en pos de ciertos fines (unas veces por su afán de explicar al yo que narra lo que vio, otras por su inclinación hacia zonas sensibles de un mercado de lectores), la historia académica también corre el riesgo de respetar un método sin poder construir una historia mejor. Las narraciones masivasse ha producido según las necesidades políticas, afectivas o morales del presente, escribe Sarlo, constituyen la mayor parte de lo que se ha escrito sobre las décadas del sesenta y setenta en la región.[5]
Este proceso particular de América Latina, dice Sarlo, viene precedida del desplazamiento del giro lingüístico a uno de tipo subjetivo que impregna a todos los tipos de representación del pasado. No solamente desde los discursos articulados en primera persona, sino también, a los que desde las narraciones históricas académicas han explorado en las últimas décadas un espacio que parecía negado hasta principios del siglo pasado por la disciplina: las estrategias de lo cotidiano, aquello que se opone a la normalización colectiva y todas las subjetividades que afloran como anomalías para el ojo del historiador.[6] El impulso notable de estas narraciones se alimentó también, dice Sarlo, de un reordenamiento ideológico y conceptual del pasado, que en los hechos, tuvo como paisaje un conjunto de luchas de reconstrucción identitaria (el lugar de la mujer, del esclavo, del indio… etc.). Es decir, un cruce, que posee una renovación temática y metodológica de la sociología de la cultura y los estudios culturales en el siglo.[7]
Y aquí se entroncan dos problemas que no deberían confundirse. En primer lugar el análisis propio de las subjetividades del pasado, cuya descripción sirve a Sarlo para mostrar las discusiones historiográficas alrededor del historiador como sujeto, por un lado; y por otro, la revalorización del discurso en primera persona derivado del interés por la experiencia de los sujetos en el pasado. No obstante, y en segundo lugar, el problema específico de este reordenamiento ideológico y conceptual, que viene a sostener en parte algunos esfuerzos de reconstrucción de las décadas del sesenta y del setenta, a partir de la recuperación de la historia oral y el testimonio como fuentes confiables para reparar las identidades lastimadas de los años de represión.[8]
En las siguientes páginas trataré de explicar la manera en que las preocupaciones de Sarlo se tocan con mi proyecto de investigación, para lo que analizaré el desarrollo de sus ideas más allá del capítulo inicial.

Recordar y comprender
Las ausencias metodológicas que subyace a buena parte de la producción literaria testimonial no jurídica le sirve a Sarlo para ordenar lo escrito sobre el pasado reciente. En el análisis que lleva a cabo a lo largo del trabajo citado, Sarlo divide las narraciones testimoniales en primera persona, entre las que tuvieron fines jurídicos (testimonios que gozaron de una confianza propia de su carácter extraordinario y el fin específico de castigar a los responsables)[9] y los que, con intenciones de reconstrucción histórica, traen el pasado para explicar otras situaciones del pasado reciente. En los primeros, dice Sarlo, la memoria constituye una suerte de deber para el que habla, que lo hace para que lo vivido no se repita, y que provoca una suerte de relato vicario del relato ausente, propio de los que no sobrevivieron para hacer su propio relato de eliminación. Estos testimonios son el resultado de un vivir para contarlo que estaba presente como mandato tanto en las cárceles nazis como en las argentinas. En el texto de Sarlo se cita como ejemplo, el relato de Primo Levi como sobreviviente del Lager y, una lectura de Giorgio Agamben. Se trata de pensar que “el sujeto que habla no se elige a sí mismo, sino que ha sido elegido por circunstancias extratextuales”; y a su vez, que se trata de un testimonio que siempre está en reemplazo de un testimonio ausente: porque quien habla, habla “porque no ha muerto en lugar del que ha muerto”.[10] Sobre esta idea en las cárceles y campos de concentración argentinos escribe Pilar Calveiro: “Los sobrevivientes hablan de manera recurrente de una obsesión: estando dentro del campo, una de las ideas más fuertes era que alguien debía salir con vida; alguien debía sobrevivir para testimoniar y contar; alguien debía construir la memoria de los campos de concentración”.[11] En el segundo tipo de relato testimonial, sin embargo, la ausencia de mandato moral queda sustituida y esto le resta la confianza que tuvieron los testimonios jurídicos. En éstos, al cambiar sus fines cambian la confianza pierde esa estabilidad, sino no hay una lógica explicativa que justifique la narración.
Dicho de otro modo, la lógica testimonial tuvo y tiene un sentido profundo para el acercamiento a un pasado latinoamericano excepcional por su carácter represivo. La lógica testimonial fue central para la recuperación de los lazos sociales de una sociedad dañada, que encontró un camino de restauración a partir de un esfuerzo testimonial doloroso. Esto es, de que alguien (un yo identificable, miembro de la comunidad y por voluntad propia), contara lo que le había sucedido. Esa configuración testimonial dio un panorama de la forma en que algunos estados llevaron adelante una política de exterminio de la disidencia política. El testimonio en este caso, dice Sarlo, vino a ocupar un lugar privilegiado como fuente, no sólo de recuperación de la dignidad perdida de las víctimas (un lugar social), sino también como fuente única ante el hecho de que el estado ocultara los documentos oficiales del secuestro, tortura y desaparición de personas.[12] El testimonio, en cuanto sus fines jurídicos, obtuvo su confianza porque no parecía ni parece moralmente aceptable dudar de estos relatos: “hubiera tenido algo de monstruoso –escribe Sarlo-, aplicar a esos discursos los principios de duda metodológica que se expusieron más arriba: las víctimas hablaban por primera vez y lo que decían no sólo les concernía a ellos sino que se convertía en materia prima de la indignación y también en impulso de las transiciones democráticas, que en la Argentina se hizo bajo el signo del Nunca más”.[13] El caso argentino, que tuvo una comisión que logró concentrar cerca más de siete mil legajos de personas que aportaron los detalles para entender las lógicas de secuestro y localizar cárceles clandestinas en todo el país. Pero parte de su fuerza radica en que el estado represor se negó a entregar la documentación oficial. Entonces, escribe Sarlo:

Son, hasta que otros documentos no aparezcan (si es que aparecen los que conciernen a los militares, si es que se logra recuperar los que se ocultan, si es que otros rastros no son destruidos), el núcleo de un saber sobre la represión; tienen además la textura de lo vivido en condiciones extremas, excepcionales. Por eso son irremplazables en la construcción de esos años.[14]

La escritura de la historia en primera persona marcada por la experiencia, en cambio, merece un mayor análisis, dice Sarlo. En primer lugar, porque la historia no tiene, sino de manera excepcional, un fin jurídico. Desplazado éste, debe considerarse que las preocupaciones de la historia, abordadas en algunos casos gracias a la memoria, pueden ser individuales, pero sin que éste sea su fin. Sarlo analiza este segundo grupo de textos, a partir de una ausencia metodológica que, apelando a la confianza testimonial, realiza pocas aportaciones al fin comprensivo de la historia. Sarlo denomina a algunas de estas narraciones como exposiciones realista-románticos, porque depositan su fe en la presencia del narrador en los hechos que se relatan, desplazando las operaciones intelectuales propias de una narración académica, que no respondería ni a la lógica de los recuerdos personales ni a la lógica del mercado, sino al intento de producir una narración explicativa.[15] Las críticas a este modo realista-romántico no son menores. Uno de ellas se vincula al flujo de detalles de la narración testimonial, propio de la novela. Para Sarlo el detalle sin crítica de estos trabajos puede formar un magma verosimilizante pero no necesariamente verdadero, y generar un conocimiento que no explica una situación histórica específica, más allá de una ubicación concreta del narrador en un acontecimiento conocido por muchos. Para colmo, estas construcciones estarían presentando un equívoco: que un “el narrador que recuerda de ese modo exhaustivo no podría pasar por alto lo importante ni forzarlo, ya que eso que narra ha formado un pliegue personal de su vida y son hechos que ha visto con sus propios ojos”.[16] Aquí, la tercera persona parece ser llamada como ideal, porque restablece “un compromiso con lo específico de la situación y no simplemente con lo que ella tiene de individual”.[17] Sarlo está diciendo que la verosimilitud de estas narraciones tiende a ocultar la ausencia de un conjunto de hipótesis explicativas. Que lo que estas narraciones explican es, en muchos casos, el lugar propio del narrador, quien es a partir de una narración de este tipo, reubicado en el escenario presente por el público que accede a la narración. A estas versiones las caracteriza la ausencia de un hilo narrativo que lo justifique fuera de la versión apegada a lo que se vio y oyó que caracterizó a los testimonios con fines jurídicos, o la ausencia de una construcción teórica más allá de la continua ubicación de actores sin explicación de procesos. Sarlo está pensando que la efervescencia de la memoria debe ser conducida hacia operaciones intelectuales más complejas y ordenadas que las que producen las narraciones del recuerdo. Por eso recupera algunos elementos de las narraciones académicas, como la elipsis, la construcción crítica de un periodo o un objeto de estudio (que no viene simplemente dado), para recuperar una preocupación central: el problema de la comprensión.

“Susan Sontag escribió: ‘Quizá se le asigna demasiado valor a la memoria y un valor insuficiente al pensamiento’. La frase pide precaución frente a una historia en la que el exceso de memoria (cita a los serbios, a los irlandeses) puede conducir, nuevamente, a la guerra. Este libro no explora en la dirección de esas memorias nacionales guerreras, sino en otra, la de la intangibilidad de ciertos discursos sobre el pasado. Está movido por la convicción de Sontag: es más importante entender que recordar, aunque para entender sea preciso, también, recordar”.[18]


Elementos para una historiografía de los setenta latinoamericanos
La actualidad de estas preguntas viene de lo político –escribe Sarlo-. En 1973 en Chile y Uruguay, y en 1976 en la Argentina se producen golpes de estado de nuevo tipo. Los regímenes que se establecen realizan actos (asesinatos, torturas, campos de concentración, desaparición, secuestro) que consideramos inéditos, novedosos, en la historia política de estos países. Desde antes de las transiciones democráticas, pero acentuadamente a partir de ellas, la reconstrucción de esos actos de violencia estatal por víctimas-testigos es una dimensión jurídica indispensable para la democracia. Pero, además de que fue la base probatoria de juicios y condenas al terrorismo de estado en la Argentina (y lo están haciendo posible en Chile), el testimonio se ha convertido en un relato de gran impacto fuera de la escena judicial. Allí donde opera cultural e ideológicamente, se moverán las tentativas de respuesta a las preguntas del comienzo.[19]

Las experiencias sudamericanas a las que Sarlo remite (Uruguay, Chile, Guatemala y Argentina) han ido ampliándose en los relatos y discursos testimoniales en otros países latinoamericanos, aunque con diferentes alcances. Tras las represiones de esas décadas han ido estableciéndose diferentes comisiones oficiales o civiles, para explicar y buscar castigar los crímenes del periodo; y la mayoría de estas comisiones se asentaron en un sistema testimonial. Fueron comisiones que fueron llamadas, de la verdad, se supusieron claves para el regreso a una democracia real y su común denominador fue la idea de un nunca más. En Brasil, la Arquidiócesis de Sao Paulo coordinó de manera extraoficial el proyecto Brasil: Nunca Mais en 1985 y en 1994, el gobierno de Fernando Henrique Cardoso creó La Comisión Especial de Reparación; en Bolivia, la Comisión Nacional de Investigación de Desaparecidos Forzados o ‘Comisión de Investigación sobre las Desapariciones’ fue creada por el Presidente Hernán Siles Suazo a finales de 1982; en Colombia, en 1996 se formó una comisión no oficial que hizo público un documento en el año 2000: Colombia nunca más: crímenes de lesa humanidad, y en 1998, se creó oficialmente la Comisión para la Búsqueda de la Verdad; en Ecuador, en 1996 fue creada la Comisión para la Búsqueda de la Verdad, aunque sus resultados nunca fueron dados a conocer), en El Salvador, en 1993 se difundió el Informe de la Comisión de la Verdad. De la Locura a la Esperanza: la guerra de los Doce Años en El Salvador; en Guatemala, en 1997 se publicó el Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico. Guatemala. Memoria del Silencio. Ta’inil na’tab’al; en Haití, en el 2001, se publicó Ai M Pa Rele (Si no gritara....) République d'Haïti: Rapport de la Commission Nationale de Vérité et de Justice; en Panamá, en 2002, el informe Por la Memoria, la Verdad y la Justicia ; en Paraguay, (en el 2003 fue creada la Comisión de la Verdad y la Justicia que no presentó un informe, pero antes se habían publicado Paraguay nunca más: Vol. I: La Dictadura de Stroessner y los Derechos Humanos. Simón G., J.L. y Vol. II & III: Testimonios de la Represión Política en Paraguay 1975-1989. Autor: Alcalá, G.R. Asunción, 1990, 1992/93, con la documentación recabada por años por el Comité de Iglesias para Ayuda de Emergencia), Perú (Informe Final. Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003) Uruguay (Uruguay Nunca Más. Informe Sobre la Violación a los Derechos Humanos (1972-1985) en 1989, y A todos ellos, elaborado por Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos en 1984). [20] Sin embargo, dice Sarlo, existen otros usos públicos de la narración testimonial, que como vimos antes, y son los que deben ser sometidos a mayores análisis críticos. Pues yo trato de entender esos otros usos públicos, pero sin perder de vista que el proceso de la represión en el continente tiene mayores contornos que los que se pueden ver desde las perspectivas nacionales.
Sarlo indica un camino de comprensión de la historia latinoamericana en este cruce de las represiones políticas del pasado y las necesidades de regresar a ella más allá de la experiencia testimonial. Menciona los trabajos de Emilio de Ípola y de Pilar Calveiro, quienes no usan la experiencia personal (aunque ambos estuvieron detenidos durante la dictadura argentina) para construir su relato, sino que utilizan un aparato crítico para encontrar un sentido en la suma de relatos para analizar la experiencia carcelaria y sus consecuencias. Con ellos, Sarlo busca mostrar que para algunos fue posible un relato en tercera persona que iba más allá del recuerdo para entender algunas de las tantas situaciones anómalas o extremas de la vida carcelaria o del proceso histórico fuera, lejos de las preocupaciones verosimilizantes del relato que tiene al sujeto en el centro de la historia. Sarlo está demandando que hagamos un esfuerzo por entender más allá de extraer un certero juicio moral del pasado, tratemos comprender cómo, por qué y de qué manera.
En mi proyecto de investigación mencioné justamente Tiempo pasado. Creí que el llamado de Sarlo a producir explicaciones en donde señorea la narración testimonial era una de las preocupaciones centrales de la historiografía latinoamericana. Y aunque ella analiza el caso del cono sur (específicamente debate sobre producciones argentinas), también es cierto que abre todas las sospechas al panorama latinoamericano con experiencias represivas análogas. Y no se equivoca, a pesar de que sólo mencione a los procesos represivos de los que tenemos una mayor información y mayor grado de análisis.
Hace poco tiempo, una fiscalía creada en México en el año 2002, buscó recopilar la información existente del pasado represivo nacional para castigar a los responsables de aquellos años. Su proyecto se convirtió en fracaso y quizás su único aceptable fue un informe histórico realizado por investigadores que tuvieron acceso a una parte de la documentación de inteligencia producida en el país.[21] Esta investigación se desarrolló con la documentación de inteligencia elaborada hasta el año 1980 por la Secretaría de la Defensa Nacional, la Dirección Federal de Seguridad y la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales, que se encuentra en el Archivo General de la Nación (galerías 1 y 2). El mayor éxito de este trabajo consiste en haber permitido ver con nitidez algunas características del sistema represivo en sus propias fuentes; algo que hasta ahora no había sucedido en otros países. Es decir, el caso de México permite un nuevo análisis ante un problema nuevo de la historiografía latinoamericana. Sarlo pide un ejercicio de crítica historiográfica a la producción testimonial; el caso de México pide que se haga un ejercicio crítico sistemático a la producción documental oficial.
La producción testimonial ocupa en el caso jurídico argentino, dice Sarlo, un lugar único hasta que conozcamos la documentación oficial. Curiosamente, en el caso mexicano, la producción testimonial nunca ocupó un lugar único, sino que compitió con numerosas formas de difusión documental oficial (este es un punto central de 1968, la literatura del poder, mi proyecto de investigación). Cuando Sarlo describe a la producción testimonial realista-romántica en Argentina, presenta sin pensarlo, una descripción bastante ajustada de una parte del panorama de la producción mexicana sobre el tema. Pero la gran diferencia entre lo que ha sucedido en Argentina y México se da justamente en el terreno de éstas formas en las que una sociedad trae a su pasado. La dictadura argentina ocultó toda su documentación represiva; el sistema mexicano buscó hacerla o dejarla salir de muchas maneras. Tampoco puede pensarse que en México exista un prestigio de la voz testimonial similar al de Argentina, justamente porque en el primero no hubo aún uso jurídico. Por el contrario, quizás como efecto del propio sistema presidencial mexicano, donde no hubo un prestigio de la narración testimonial se impusieron un conjunto de lecturas explicativas, pero poco críticas de y a partir de las fuentes oficiales. Es decir, el texto de Sarlo presenta un problema muy interesante que tiene contactos muy claros con fenómenos historiográficos del pasado represivo latinoamericano, vistos desde las experiencias represivas no militares. Pero aquí hay una variante propia de un fenómeno diferente: en el análisis de 1968 propongo una lectura de textos que analizan fuentes oficiales, y en algunos casos, textos que analizan la documentación oficial a partir de una retórica completamente testimonial.[22]
El caso mexicano sería útil para corroborar algunos de los señalamientos de Sarlo acerca del uso de la narración testimonial, tanto como para (con herramientas similares) rescatar narraciones que evaden la primera persona y que se plantean problemas metodológicos, y que por ello mismo, producen explicaciones allí donde sólo parecen reinar intrigas e historias ocultas.[23] De la misma manera, el caso mexicano sería útil para corroborar algo en el terreno de lo que Sarlo considera negado porque habla de la experiencia argentina: la documentación oficial. Lo que se ha mostrado a fuerza de testimonios en el caso del sur, puede mostrarse en México con la documentación oficial: bastantes detalles de las formas de operar de los regímenes represivos latinoamericanos a partir de sus propios archivos.[24] Los documentos mexicanos constituyen hasta ahora un caso de excepción historiográfico para los pueblos de la región, reprimidos con los crímenes de la desaparición forzada y la tortura sistemática en campos de concentración en manos de las fuerzas armadas nacionales. Por primera vez, un régimen abre sus archivos políticos (aunque con controles propios de los intereses actuales, aunque expurgados por algunos funcionarios de alto rango, aunque con restricciones a la ciudadanía en general) y muestra sus mecanismos represivos. Sin embargo, los documentos de inteligencia elaborados por el Estado mexicano, analizados ya por una medio centenar de periodistas, historiadores y organizaciones no gubernamentales, presentan muchos elementos para corroborar las tesis que apuntan a que este proceso (instrumentado por funcionarios del Partido Revolucionario Institucional y las fuerzas armadas nacionales) posee características muy similares a otros procesos represivos latinoamericanos; fundamentalmente en las características ideológicas de sus víctimas y en la instrumentación y métodos para poner a andar una maquinaria para la supresión sistemática de los derechos de la ciudadanía disidente: una organización paralela a las funciones del estado. En cierto sentido, nuestro propósito de analizar la masacre de 1968 desde la perspectiva de la narración oficial, es producir una alerta análoga a la de Sarlo. Una alerta sobre los equívocos de la documentación oficial, que en el caso mexicano, ostenta el prestigio que ha perdido la historia oral, porque de las fuentes oficiales también emanan la mayor parte de los usos jurídicos. Como Sarlo, tampoco me propongo analizar estas narraciones desde una perspectiva jurídica, para la cuál su fin debe ser el de encontrar responsables, sino historiográfica.
¿Por qué analizar la documentación oficial? ¿Deben ser las fuentes oficiales sujetas a operaciones teóricas y metodológicas similares a las que las narraciones en tercera persona se niegan a realizar? ¿Las fuentes oficiales, no gozan de un privilegio análogo al del testimonio, en virtud de que quien las interpreta supone que éstas tuvieron sentido en su momento porque tenían la mejor información del país, la de inteligencia?[25] Sarlo advierte que las narraciones testimoniales o no sobre el pasado latinoamericano, entrarían en una etapa más fructífera, si hubiera menos historiadores tratando de contar su papel dentro de una historia de grandes dimensiones. Lo cual parece una indudable desviación según las preocupaciones colectivas sobre el pasado. Lo mismo podría decirse de las narraciones que recurren a la retórica testimonial para mezclarse con los prestigios de la retórica oficial que aparece ‘encontrada’ o ‘descubierta’ a pesar de los intentos oficiales de ‘ocultarla’ porque ésta contaría una verdad oculta e intrigante.[26] Creo que Sarlo no menciona problemas de la documentación oficial, por que hasta ahora, ésta estaba ausente. Pero que ahora debemos considerar (o que el caso mexicano nos lleva a considerar) porque la historiografía latinoamericana debe enfrentar el problema que representan los documentos (no sólo mexicanos, sino también los) de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (cia), que desde hace décadas forman parte obligada de los análisis políticos de la región.[27] Debemos analizar la documentación oficial porque esta es fuente contínua en las vistas del pasado, y lo seguirá siendo, en tanto haya algo que explicar de uno de los nudos gordianos de nuestro tiempo y nuestra región: la represión de los autoritarismos latinoamericanos en la consolidación del capitalismo neoliberal políticamente asociado a los Estados Unidos. Por otro lado, ¿por qué deberíamos renunciar al análisis crítico y metodológico de documentación que fue elaborada por funcionarios que sabían que estaban cometiendo un acto criminal, que en otras condiciones sería castigado, como los vinculados a una masacre o al secuestro y desaparición de personas? Es decir, no sólo es la narración testimonial la que (vicaria de una experiencia tremenda) dilapida su prestigio a fin de producir algo que está en el terreno, no tanto de la explicación del pasado, sino del lugar político de sus autores en el presente. Se trata, como Sarlo lo dice, de un cruce de estas escrituras con el mercado y las lógicas de la construcción de la historia masiva, y que produce estas discusiones. También los análisis de la masacre de Tlatelolco se insertan en esta trama, que opera según los principios de difusión que exigen las lógicas de mercado.[28]
Por otro lado, la corroboración que los archivos mexicanos producen en el contraste de los testimonios de otras represiones, apunta a pensar que por encima de planes como el llamado Cóndor (que muestra la colaboración de Chile, Argentina y Uruguay), hubo una organización continental para la eliminación de los movimientos sociales de izquierda latinoamericanos. Las similitudes nos llevan a pensar que la documentación oficial de estos años (a la que hemos tenido hasta ahora un acceso restringido en todos los países de la región) seguirá siendo fuente de análisis en los años que vienen, porque todavía quedan muchos mecanismos represivos que desentrañar, además de un gran número de explicaciones del funcionamiento de las sociedades que se volvieron concentracionarias. Como la mexicana y las de las dictaduras del cono sur, que produjeron una estructura administrativa paralela y contraria a todos los principios constitucionales, a la vista de todos (negada por casi todos), para eliminar a un grupo de ciudadanos que considerado indeseable mediante el secuestro y desaparición.[29] Lo importante al menos desde el análisis de las nuevas fuentes, como dice Sarlo, es que la documentación oficial mexicana presenta llamativas coincidencias con lo que sabemos de ellas a través de los relatos testimoniales. Sarlo propone una relectura de las producciones testimoniales (que a falta de las oficiales) que por su contexto y características han ocupado un lugar central entre los relatos del pasado latinoamericano. Pero ahora estamos diciendo que, las testimoniales (cuando sí hubo algunas fuentes oficiales) que han ocupado este mismo lugar central deben entenderse comprendiendo mejor a las fuentes oficiales. Estamos ante un problema naciente, cercano, que por lo tanto presenta novedades que deberemos discernir de las particularidades. Pero es inevitable pensar que conoceremos más documentación oficial de éste y de otros estados autoritarios, y tendremos la oportunidad de conocerla mejor. Entonces se trata de utilizar al caso de 1968 para debatir sobre las características de la documentación oficial y sus efectos en la organización del pasado colectivo en un caso particular. Se trata de pensar cómo se alienta desde un estado autoritario la escritura del presente, con sus guiños al futuro, y en él, sus posibilidades para trabajar el pasado.[30]
Entonces, analizo el caso de 1968 (en los albores del aparato represivo mexicano) porque allí se puede ver operando un entramado complejo de fuentes oficiales y testimoniales, propias del lugar simbólico que ocupó para la sociedad nacional y las capas medias en las que se asentaba el Partido de la Revolución Mexicana. Y porque este es el momento en que los mecanismos de control político mexicanos se refinan; porque Tlatelolco como acontecimiento, envuelve a la clase política alrededor de la silla presidencial en una batalla por el pasado, que librarán contra los sectores organizados de la sociedad civil que buscan recordar este crimen para producir una transición u ocupar lugares dentro del estado. Esta batalla por el pasado, creo, es un momento importante de aprendizaje de la clase política mexicana y su desarrollo constituye una profunda renovación del aparato narrativo oficial sobre el pasado existente hasta aquel momento. El caso Tlatelolco es importante además, porque en él pueden observarse las huellas de esta batalla, los impactos en la memoria colectiva.[31] Pero además, no nos limitará a producir un análisis de estos cruces, sino también a intentar un reordenamiento de lo escrito, una clasificación que permita una mayor cantidad de operaciones críticas a las fuentes oficiales y testimoniales, así como a las narraciones históricas para consumo masivo.
En este sentido, los problemas planteados por Sarlo en su análisis sobre el estado de la historiografía latinoamericana (más allá de las discusiones del siglo XX en general) constituye un análisis crítico complementario al que nos proponemos. El proyecto “La historia oficial de 1968” propone mejorar las condiciones de lectura de las fuentes oficiales, más allá de producir una versión sobre el pasado. Por ello es que busco ver sus contradicciones a la luz de entender su funcionamiento evitando la más ingenua y común de las lecturas a que estas fuentes son sometidas, es decir, al de la confirmación de las peores sospechas de todo historiador que ingresa en los archivos de inteligencia de un estado represor.

Bibliografía
Aguayo Quezada, Sergio, 1968: los archivos de la violencia; México, Grijalbo, Reforma, 1998.
Álvarez Garín, Raúl, La estela de Tlaltelolco: una reconstrucción histórica del movimiento estudiantil de 68, Grijalbo, México, 1998.
Bellinghausen, Hermann (Coord.), Pensar el 68, Cal y Arena, México, 1998.
Calveiro, Pilar, Desapariciones. Memoria y desmemoria de los campos de concentración argentinos, Taurus, México, 2002
Campos Lemus, Sócrates Amado y Juan Sánchez Mendoza, 68: tiempo de hablar, Sansores y Aljure, México, 1998.
Guevara Niebla, Gilberto, La democracia en la calle: crónica del movimiento estudiantil mexicano, Siglo xxi, UNAM, Instituto de Investigaciones Sociales, México,1988.
Jardón, Raúl, 1968 el fuego de la esperanza, Siglo XXI editores, México, 1998.
Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Nunca más, Conadep, Eudeba, Buenos Aires, 2005
Informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado: Que no vuelva a suceder, PGR, México, 2006.
Informe Esclarecimiento y sanción a los delitos del pasado durante el sexenio 2000-2006: Compromisos quebrantados y justicia aplazada, Afadem, Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, Comité 68 Pro Libertades Democráticas, Comité de Madres de Desaparecidos Políticos de Chihuahua; Fundación Diego Lucero, Nacidos en la Tempestad, y Todos los Derechos para Todas y Todos, México, 2007
Montemayor, Carlos, Rehacer la historia, análisis de los nuevos documentos del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, Planeta, México, 2000.
Ramírez, Ramón, El movimiento estudiantil de México, julio/diciembre de 1968, Era, volúmenes I y II, México, 1998.
Sarlo, Beatriz, Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales arte y videocultura en la Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1994.
-------, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Siglo xxi Editores, 2006, México
Scherer García, Julio y Carlos Monsiváis, Parte de guerra: Tlaltelolco 1968: documentos del general Marcelino García Barragán: los hechos y la historia, Nuevo Siglo, Aguilar, México, 1999.
Sotelo Marbán, José, “Las comisiones de la verdad”, México, 2007, mimeo
Page, Joseph A., Perón. Una biografía, Debolsillo, Buenos Aires, 2005.
Tasso, Pablo, Un acercamiento al pensamiento crítico de Octavio Ianni y Beatriz Sarlo, ppela, unam, México, 2007.
------, “La historia oficial de 1968”, Proyecto de investigación, ph, uam-i, México, 2007.
------, “Hacia una sustitución de la idea del Plan Cóndor”, México, 2007, in progress.
Zermeño García Granados, Sergio, México: una democracia utópica: el movimiento estudiantil del 68, Siglo XXI, México, 1978.

Citas
* Texto para el Comité Académico del Posgrado en Historiografía, uam-i. México, junio, 2007.
[1] Beatriz Sarlo, intelectual argentina y profesora de la Universidad de Buenos Aires. Desde 1978 dirige la revista Punto de vista, una de las revistas más interesantes de análisis cultural de América Latina. Es autora de los libros Conceptos de sociología literaria (1980), Literatura /Sociedad (1983), El imperio de los sentimientos (1985), Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930 (1988), La imaginación técnica: sueños modernos de la cultura argentina (1992), Borges, a writer on the edge (1993), Escenas de la vida posmoderna: intelectuales, arte y videocultura en la Argentina (1994), Inquisiciones (1994), Martín Fierro y su crítica (1994), Instantáneas: medios, ciudad y costumbres de fin de siglo (1996), La máquina cultural. Maestras, traductores y vanguardistas (1998), Siete ensayos sobre Walter Benjamin (2000), La batalla de las ideas (2001), La pasión y la excepción (2004), Tiempo pasado (2005); y de una vasta producción ensayística. Para un análisis detallado de la trayectoria de Sarlo, ver Pablo Tasso, Un acercamiento al pensamiento crítico de Octavio Ianni y Beatriz Sarlo, ppela, unam, 2007.
[2] Un tema central en un texto anterior: Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales arte y videocultura en la Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1994.
[3] Sarlo, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Siglo XXI Editores, 2006, México, p. 9-11.
[4] Ibid, p. 12-13.
[5] Idem, p. 16.
[6] Idem, p. 17-18.
[7] Idem, p. 19-20.
[8] Idem, p. 18-22.
[9] Extractos de estos testimonios pueden leerse en Conadep, Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Nunca más, Eudeba, Buenos Aires, 2005.
[10] Sarlo, Tiempo pasado, op. cit. p. 43 y 44.
[11] Calveiro, Desapariciones. Memoria y desmemoria de los campos de concentración argentinos, Taurus, México, 2002, p. 188.
[12] Sarlo, op. cit. p. 84.
[13] Ibid, p. 61.
[14] Sarlo, op. cit. p. 43 y 44.
[15] La defensa de Sarlo de los métodos y las reglas de la disciplina no son sin embargo, críticas. La eficacia de una narración de este tipo, escribe, “depende también de que el historiador académico no se empecine en probar de modo obtuso su aquiescencia a las reglas del método, sino que demuestre que ellas son importantes precisamente porque permiten hacer una historia mejor”. Idem, p. 14.
[16] Idem, p. 70.
[17] Idem, p. 71.
[18] Idem, p. 26.
[19] Idem, 28.
[20] Tomado de Sotelo Marbán, José, “Las comisiones de la verdad”, México, 2006, mimeo.
[21] Este informe fue considerado el resultado más sólido de esta fiscalía por varias organizaciones de Derechos Humanos del país. Ver, Informe Esclarecimiento y sanción a los delitos del pasado durante el sexenio 2000-2006: Compromisos quebrantados y justicia aplazada, Afadem, et al, México, 2007.
[22] Es el caso del libro de Julio Scherer y Carlos Monsiváis, Parte de guerra.
[23] Es el caso del libro de Carlos Montemayor, Rehacer la historia.
[24] Por los testimonios se sabe que las fuerzas armadas argentinas confeccionaron listas de personas, elaboraron fichas por cada detenido, y produjeron cuantiosa documentación en este periodo. Pero esta documentación, que hubiera sido crucial para probar los crímenes militares, continúa fuera del alcance de víctimas e historiadores. Es llamativo que los testimonios de los detenidos argentinos coincidan descriptivamente con la documentación represiva mexicana: listas de personas a detener, listas de personas detenidas o asesinadas, fichas de filiación de detenidos desaparecidos, etc.
[25] Las fuentes oficiales, como cualquier fuente, pueden ser analizadas críticamente. Pero hay un equívoco en el que se basa el prestigio de la documentación oficial, más allá de sus usos jurídicos, y se basa en la creencia de que ésta tenía un único y mayor objetivo: informar al presidente del país, que era considerado el ‘hombre mejor informado de México’.
[26] En el texto citado de Julio Scherer, la historia personal del autor se cruza con la historia personal de quien le pasó la supuesta documentación oficial (entre ella se encuentran escritos personales): color y forma del maletín en que vinieron los documentos, diferentes momentos de la larga amistad que construyó la confianza entre la familia del general que dirigió la masacre de Tlatelolco y el periodista de ‘anhelaba esos documentos’. Esa historia, verdadera o no, tiene (como en el caso de la narrativa testimonial que Sarlo analiza) el objetivo de construir un relato verosimilizante no alrededor de cómo aparecieron esos documentos, sino sobre hacia la lectura misma de esos documentos.
[27] Estamos ante un campo virgen. La operación más común hasta el momento a que se somete a este tipo de fuentes, es la de confirmación, basada en una idea tan ingenua como la que Sarlo ha apuntado, de que los servicios de inteligencia no mienten. Existen muy pocos trabajos que propongan mirar a la documentación oficial para encontrar sus claves, omisiones u objetivos. Para un ejemplo del uso de la documentación de la cia, bastante malintencionado por cierto, ver a Joseph A. Page, Perón. Una biografía, Debolsillo, Buenos Aires, 2005.
[28] En el caso de Tlatelolco, cada vez que se cumple una década de la masacre se detonan análisis y producciones que parecen buscar insertarse en la efeméride. Memoria y fecha parecen imbrincarse de una manera que merece algunos análisis. Diez años después de la masacre, en 1978, se publicó México: una democracia utópica: el movimiento estudiantil del 68, de Sergio Zermeño. Veinte años después, en 1988, se editaron: Lecumberri-68. Huelga de hambre por la libertad, de Luis Jorge Peña M.; y La democracia en la calle: crónica del movimiento estudiantil mexicano de Gilberto Guevara Niebla. En 1998, cuando se cumplían treinta años de la masacre, a su vez, se editaron: 1968, Los archivos de la violencia, de Sergio Aguayo; La estela de Tlaltelolco: una reconstrucción histórica del movimiento estudiantil de 68, de Raúl Álvarez Garín; Pensar el 68, coordinado por Hermann Bellinghausen; 68: tiempo de hablar, de Sócrates Amado Campos Lemus y Juan Sánchez Mendoza; y 1968 el fuego de la esperanza, de Raúl Jardón, entre otros. Ese mismo año se realizó la primera reimpresión de un libro fundamental, escrito y difundido inmediatamente después de la masacre: El movimiento estudiantil de México, julio/diciembre de 1968, de Ramón Ramírez.
[29] Pilar Calveiro sostiene que un campo de concentración no se produce en cualquier momento y en cualquier sociedad; no es un hecho periférico de una sociedad, sino uno de sus acontecimiento centrales. Calveiro, op. cit. “Campos de concentración y sociedad”, p. 239 y ss.
[30] Desarrollo este punto en “Hacia una sustitución de la idea del Plan Cóndor”, 2007, mimeo. El análisis de la documentación oficial sobre los hechos violentos de 1968 permitirá observar con detalle algo central de las fuentes oficiales y que se llevará hasta el paroxismo en los documentos sobre la desaparición forzada: negar aquello de lo que se habla. Aquí debemos pensar que si los testimonios buscaron responsables pero audaron a construir una idea del pasado; la documentación oficial de estos crímenes fue construida para evadir responsabilidades, evitando dejar huellas que pudieran ser interpretadas en el futuro. Estas son condiciones de nuestras nuevas fuentes latinoamericanas. En este trabajo menciono que este sistema de elusión ha producido una retórica que misteriosamente tiene puntos de contacto, como en el uso de palabras para referirse al ‘desaparecido’, entre los campos de concentración del Estado de Guerrero en 1974 y las cárceles clandestinas argentinas en 1977: en ambos lugares se usó la palabra ‘paquete’. Sin embargo, todo esto no ha tenido grandes impactos en la memoria porque la información oficial ha tratado de mantenerse lejos de la mirada de historiadores y víctimas. Y cuando fue difundida, fue respondiendo a una lógica ‘oficial’, sobre la que el caso 1968 nos permitiría trabajar.
[31] Los textos citados de Raúl Álvarez Garín y Sócrates Amado Campus Lemus presentan en 1998 debates sobre las versiones oficiales difundidas en 1968 y 1969; el de Sergio Aguayo también de 1998, sobre la documentación de la DFS; el de Carlos Montemayor en el año 2000, de la versión oficial difundida en 1999 por Julio Scherer de Sedena.