martes, enero 04, 2011

La escritura policial en el México de 1968


Fuentes de representación y consenso









El archivo oficial es un buen sitio para iniciar una aventura historiográfica, si nos interesa comprender el poder. Si lo que buscamos es algún tipo de verdad, en cambio, parecería mejor partir con nuestras ilusiones a otro acervo. Conviene considerar, que especialmente los archivos políticos, son también una vía de acceso a la forma de pensar de los funcionarios públicos, y a su manera de reaccionar ante el presente. En los archivos políticos mexicanos tanto aparecen seguimientos exhaustivos, crímenes, como variadas formas para ocultarlos, o si se quiere, para llamarlos de otro modo. Lo que puede verse en tantas páginas de papel con membrete, es un forma del pensamiento mismo de un actor complejo, expresado en una multiplicidad de registros que permiten ver al funcionario en su trabajo; y apenas en algunos casos resulta necesario ensayar algún tipo de explicaciones que convenzan al público. Cuando esto sucede, distintos papeles van superponiéndose haciendo un relato zigzageante que avanza o retrocede, que mejora o empeora su representaciones de lo que ha sucedido, y que es prisionero de unas convenciones que a veces, no parecen expresar operación alguna. Vaya, esto parece de por sí caótico.

Sin embargo, el archivo oficial presenta capas sucesivas de procedimientos acumulados, de las prácticas de centenas de escritorios, en los que una y otra vez, van escribiéndose versiones de lo social. De algún modo, leer un fragmento de un expediente guiado por un interés, nos oculta los intereses de quienes han escrito sus prácticas, como se ha dicho. Aunque en el caso de los archivos represivos, y aquí nos dedicamos a esto, también podemos decir: borrado sus prácticas. El lector de los papeles de una sola secretaría -¿quién haría esto?-, lee entonces, algo que afecta a todo archivo oficial. Papeles que expresan actividades de registro (en los que el tiempo y la administración hacen cambiar intereses y sensibilidades); y con ellos, (en ese orden anárquico de carpetas, hojas engrapadas y cajas numeradas), otros papeles cuyas formas de narración presentan una complejidad mayor, en los que la observación y el registro se han vuelto insumo de nuevas clasificaciones e interpretaciones. En ellos aparecen los textos de funcionarios que compilan datos y hacen listas que pide un superior o pequeñas estadísticas; y también, esos otros informes que muestran los rasgos del sitio que ocupan los funcionarios que escriben: visible en su calidad de lectores por lo que saben y, fundamentalmente; visible en su calidad de escritores por lo que le dicen a quien le escriben. He allí, pequeños movimientos de la administración política que quedan en los archivos.

Es el caso de la tarde del 2 de octubre, que ha interesado a la población mexicana, una manera de ingresar al problema es justamente entre esos papeles, que a pesar de que ya formaban parte de una estructura de interpretación (en la que, por ejemplo, los estudiantes eran agitadores y debían ser identificados), presentan también la frescura de la información como insumo interno, a cierta distancia de la versión oficial. Me refiero a los registros policiales. Digamos, como morosa introducción, que hubo aquella tarde un mitin en la plaza de Tlaltelolco, y que tras unas bengalas luminosas varios batallones del ejército que rodeaban el barrio, avanzaron hacia la multitud con la intención de acabar con el movimiento estudiantil que asediaba al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. En la interpretación del gobierno, aquello fue un disturbio, en todo caso, una balacera, una batalla, y también, una trampa. Aunque para otros, esta tarde se recuerde como una matanza, como la masacre de Tlaltelolco.

Cuaderno perdido, máquina de escribir

Los espías de gobierno son uno de los fantasmas más comunes del siglo veinte. A pesar de que sea difícil pensar en ellos sin sus representantes cinematográficos y televisivos, su prácticas son variables, y sus rastros un problema historiográfico en sí.[1] Los estudiantes de aquel 1968 aprovechaban las conferencias de prensa para exponer a los policías vestidos de civil que encontraban, fueran del servicio secreto o de la propia Dirección Federal de Seguridad. Los desenmascaraban. Los archivos tienen también algo de lo que se buscaba desenmascarar en aquellos años... los residuos del sistema de espionaje, reportes pasados en limpio, más prolijos y reflexionados quizá que las notas.

Estos reportes, hechos ya en una oficina y con una máquina de escribir, permitían trasvasar algo más que el cuaderno de notas, es decir, también algo de lo visto y no anotado, algo de averiguado después. Si nos atenemos a los registros desclasificados de los archivos de las policías políticas de la secretaría de gobernación, hubo allí muchos agentes vestidos de civil, como lo indica el rumor que corrió en la plaza. Algunos de ellos, eran también de estos que alimentaban el torrente de información política para el secretario de gobernación, del presidente.

En medio de numerosos detalles, uno de aquellos escribió a mitad del relato que se dirigía al director Federal de Seguridad, que a las “6: 15 hs (...) fue lanzada una luz de bengala seguida de una ráfaga de arma de fuego...”[2] En otra dependencia, un agente en circunstancias similares anotó para el director de Investigaciones Sociales y Políticas que “en estos momentos fue lanzado un cuete de luces verdes y rojas, que iluminó el cielo sobre la iglesia de Tlatelolco y a esta señal avanzó el ejército rodeando la zona del mitin.”[3]

Estos trabajos son muy importantes por su sitio en la cadena de escrituras oficial. Estos textos, como otros, están marcados por su relación con sus lectores, que en estos casos, son hombres de poder, directores de una dependencia, que con ello escribirían informes al secretario de gobernación y al presidente, pero con las que podían tomar decisiones inmediatas. Aunque me detengo en el detalles de las bengalas (a sabiendas de que es un episodio intencionadamente controvertido), quiero advertir sobre otros detalles que como estos, podrían ser omitidos en otras versiones o desatar una pesquisa, una detención, como otras tantas formas de toma de decisión que le compitieran al superior.[4] Para estos escritores, su lector es también su jefe, y esta relación además de ser una práctica instituida, se hace visible en la sensibilidad del remitente ante las necesidades del receptor, bajo cuya venia y dirección se configura su práctica de escritor. El director debe conocer las cosas como fueron.

Informe mal fechado

El 3 de octubre, el capitán Fernando Gutiérrez Barrios escribió su propio informe (que fechó el día anterior) al secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez. En cuanto al inicio de las corridas de la tarde, Gutiérrez Barrios le escribió:

A las 18.15 horas irrumpió en este lugar el ejército. El general José Hernández Toledo, comandante del batallón de fusileros paracaidistas, a través de un magnavoz, exhortó a los manifestantes a que se dispersaran, siendo recibido por una descarga desde varios edificios, tocándolo una bala que lo hirió en le pecho. A partir de ese momento, franco-tiradores empezaron ha hacer disparos desde los edificios Chihuahua, 2 de abril y de las partes bajas que circundan la Plaza de las Tres Culturas, inclusive de las zonas cercanas a la Vocacional 7, por lo que el ejército contestó el fuego, mismo que fue nutrido hasta las 19.15 horas y posteriormente en repartidas ocasiones continuaron disparándole a la tropa de diversos edificios adyacentes a la zona, con el resultado señalado...[5]

Este nuevo texto se inscribe en una práctica institucional similar, pero distinta; ahora, la información enviada cambia de nivel de emisor y receptor, y por tanto, de intereses y usos. Este otro texto ya no recibe información de un cuaderno, pero sí de otros informes. Sus variaciones son de una magnitud semejante a los primeros, pero sus propósitos oscilan intencionalmente entre interpretación y la descripción. Por ello, aunque Gutiérrez Barrios estaba informado de las bengalas, tendría también para este caso, nuevos elementos que podrían explicar su eliminación. Antes hay que decir que su informe está lleno de datos ya no sólo de lo sucedido en la plaza, sino en contacto directo con la policía, el ejército y los principales hospitales de la zona.[6] Sin embargo, no es tan fácil establecer de dónde ha sacado este asunto del general que andando con un altoparlante fue que una bala, tocándolo en el pecho.

Aunque no hay referencias de que alguien viera esa tarde un soldado en la situación descripta, este comandante del batallón de fusileros y paracaidistas lo había hecho en otras ocasiones. En algún sentido, me atrevo a sugerir que también podría considerarse este agregado que sustituyó en su versión a las bengalas, como hecho narrativo, y un efecto más del archivo. Quiero decir que aunque el ejército no hubiera entrado anunciando su paso, otra veces lo había hecho y la dfs lo había registrado, y esto lo colocaba también en el ámbito de lo posible.[7] En dirección opuesta, valga traer a colación la fotografía publicada en el diario Excélsior, y que funcionaba a pocas cuadras de la oficina de Gutiérrez Barrios, con el siguiente epígrafe: “El jefe de la dfs recibe el informe de un oficial militar: (…) el Gral. José Hernández Toledo fue herido de dos balazos cuando marchaba al frente de la tropa”.[8]

En muchos casos, Gutiérrez Barrios transcribe los datos de sus informantes, pero en éste, la desaparición de las bengalas se presenta como un muestra de la tensión del relato con su horizonte de utilización, es decir, las necesidades del secretario de gobernación de argumentar públicamente. Por ello, la eliminación de las bengalas, y en su sitio el magnavoz y la herida, muestran que al cambiar el destinatario también se altera la estrategia de la precisión, por una pincelada de argumentación, que debe explicarse en la medida que quien escribe interpreta los usos del secretario de gobernación. Este tipo de textos firmados por un director, también tiene formas relativamente estables, como el aumento del grado de complejidad e información sistematizada, por ejemplo, y a la vez que abre la posibilidad de una explicación pública de que lo que ha sucedido. En este caso, una agresión.

Al mismo tiempo, en una secretaría distinta, el general Marcelino García Barragán tenía su versión. Pero en ella, por el momento, la Defensa Nacional no había tenido necesidad de darle a Hernández Toledo un sitio tan protagónico. La primera declaración del general había sido que el ejército había acudido a restablecer el orden, puesto que se había desatado un fuerte tiroteo entre grupos de estudiantes de diferente tendencia[9]. Pero no se trata de obsesionarnos con lo que pasó o no pasó en la plaza, porque visto con esas expectativas las declaraciones de uno y otro, no resultarían más que puntos de vista llenos de imprecisiones. Lo que debemos observar nosotros son las prácticas de enunciación como un hecho tan concreto como otros, en tanto que luego las representaciones de los ciudadanos luego penden de estas partículas de texto. Si lo miramos considerando a estos actores como voces articuladas, asistimos a una suerte de diálogo que simplemente prueba y perfecciona (a veces, en lo privado, otras en lo público) distintas representaciones para sostener alguna forma de consenso sobre decisiones tomadas o por tomar.[10]

Los editores actuales tienen muy presente el procedimiento de elaboración de un mensaje en una página. Reescriben, cortan, pegan, reordenan. Encuentran un texto conveniente y una forma de decirlo. Las técnicas afectan de muchas maneras a la imagen. El pintor agrega capas; el grabador dibuja quitando. Como en el caso del trabajo de estos orfebres, también los archivos oficiales mexicanos presentan estas prácticas de enunciación de una oficina a otra.

Libreto encontrado

Quedó en suspenso lo que sucede cuando el funcionario expone públicamente la explicación, pero hay quienes han tratado, en este caso, de entender qué surge de esta superposición de palabras en el tiempo. Carlos Mendoza, quien conoce bastante las imágenes del día, dice que si atendiéramos las declaraciones de quienes relatan la herida de Hernández Toledo, incluyéndolo a él mismo, pareciera que “estuvieran tratando de repetir con notables errores un libreto”.[11]

En términos de organización -y con esto iré al último plano de la exposición-, las preocupaciones de Mendoza, necesitan detenerse en la lógica con que estas aparecen, como nuevas palabras y argumentos, que como el herido, afectan la memoria colectiva como invenciones, en el más estricto sentido ogormaniano, de creación argumental, de interpretación. Especialmente sobre este palimpsesto, hay que decir que cabe pensar en la noción de libreto, en tanto esta variación de horizontes y alteraciones estratégicas, finalmente, engendran más prácticas de representación. Si el herido no estaba herido, de todos modos fue a parar al hospital, lo vendaron, le tomaron declaración, lo condecoraron, y con ello también, entró a nuestros relatos. Este, en el fondo, sólo trata de aprehender la mayor cantidad de elementos de su notable actuación.

Pero por otro lado, no es que haya que pensar en los libretos, como si no existieran. Aun cuando es el objeto menos visible de toda escenificación teatral o cinematográfica, en los archivos oficiales mexicanos aparecen una y otra vez.[12] Al secretario de gobernación le hicieron llegar el 5 de octubre un “guión” basado “en el primer anteproyecto elaborado por el Gral Marcelino Barragán” para un programa de ‘Televisa’, dice una tarjeta. Se mencionaban allí, la utilización de una “maqueta de toda la zona y una foto aérea”; así como “escenas filmadas de los soldados heridos”, que "armonizan muy bien con el guión...”, y que “serían las que se utilizarían”.[13]

Otros se prepararon en la Procuraduría General de la República, combinando materiales, y se titulan Apuntes de Tlatelolco y simplemente, Tlatelolco.[14] En ellos se agrupan dilemas, en tanto la acumulación misma de materiales, se obturan los intentos por lo que pasó, mientras se acelera la búsqueda de una mejor argumentación. Los papeles se acomodan como bocetos, aunque van cumpliendo funciones específicas, como en este caso, servir en la conferencia de prensa del procurador general, por ejemplo, como explicación masiva. La segunda versión subraya los recursos técnicos de la escenificación:

La visión objetiva del lugar en donde tuvieron efecto los hechos de la tarde y noche del 2 de octubre anterior -dice la introducción a Tlatelolco-, es precisada, mediante dibujos, planos y fotografías de los distintos ángulos de la Plaza de las Tres Culturas.

El material que se utiliza es el más sencillo en cuanto a su expresión, para el mejor conocimiento del escenario.

Mediante elementos fotográficos se ve el lugar desde el centro mismo de la explanada; se fijan los ángulos de visibilidad de la plaza hacia los sitios elevados en donde se encontraban personas concurrentes al evento; casas habitación, de los edificios contigüos -principalmente el edificio Chihuahua-... etc.[15]

Los historiadores que encuentran estos papeles en los ‘desordenados’ archivos oficiales, no sólo dan con un relevamiento en el que intervienen decenas de personas; dan también con un largo borrador en el que se han acumulado expectativas e intereses. Puestas al servicio de un relato explicativo de las acciones de gobierno, en ocasiones por la vía de la destrucción simbólica de sus antagonistas, las estrategias oficiales se muestran en los archivos en sus procesos de trabajo.

Quienes encuentran estos papeles deben ver sin preocupación las contradicciones que provengan del roce entre los registros, y los textos que incluyan en su construcción el horizonte de la explicación pública. Como trabajos de representación, estos apuntes, fragmentos del trabajo cotidiano gubernamental que quedan en los archivos, se nos presentan como desafío teórico, ya no como referentes de los recursos autoritarios del pasado, sino de la eficiencia narrativa del Estado actual. En sí, los mecanismos de elaboración de estos materiales -y tantos otros-, muestra algunos de los dilemas del hombre contemporáneo, su apuesta por el perfeccionamiento en el manejo de la información, así como las dificultades de la interpretación de la documentación oficial.[16]



[1] Tan problemático es pensar a los servicios de inteligencia sin los emblemáticos James Bond o Maxwell Smart; como lo es imaginar que los documentos desclasificados son, porque estar en un archivo público (o porque fueron secretos algunos años) un registro fiel. En el fondo, trato de producir una abertura en una idea de Raúl Jardón, a sabiendas de que es uno de los que se ha planteado con mayor seriedad producir conocimiento y también desconfianza por la documentación de la dfs sobre el movimiento estudiantil. Sobre las diferencias entre los documentos de los agentes -circulación interna de la dirección- y los de los superiores -material para el secretario de gobernación y el presidente-, Jardón dice que “resalta que son relativamente pocos los cambios que hay entre uno y otro documento, cambios hechos sobre todo para sintetizar”. Jardón, El espionaje contra el movimiento estudiantil. Los documentos de la Dirección Federal de Seguridad y las agencias de inteligencia estadounidenses en 1968, 2003, p. 16.

[2] Archivo General de la Nación (agn), galería I. Direción Federal de Seguridad (dfs), Expediente 11-4-68, Legajo 44, Fojas 255-257, 2/10/68.

[3] (Los detalles de estos informes revelan las preocupaciones y el uso de notas que el archivo no conserva, pero también, los pequeños aportes del propio archivo, en lo que pudiera servir para la ejecución específica de alguna decisión. “Desde las 16 hs. aproximadamente del día de hoy comenzaron a llegar grupos de estudiantes de las escuelas preparatorias del DF, Vocacionales del Instituto Politécnico Nacional y maestros pertenecientes a la Coalición de enseñanza media y superior, así como varios grupos de estudiantes de la Escuela de Agricultura de Chapingo, Edo. De México para concentrarse en la Plaza de las 3 Culturas de la unidad Tlatelolco. (..) Fue muy notoria la presencia en este mitin de individuos con aspecto de ‘extranjeros’ que al parecer asesoraban a los grupos de jóvenes que ocuparon la tribuna para dirigirse aproximadamente a las 17 hs., a la muchedumbre reunida en este lugar. Asimismo fue notoria la presencia de muchos dirigentes del Partido Comunista de México y de la Central Campesina Independiente que dirigen Ramón Danzós Palomino y Rafael Jacobo García, quienes ordenaron que un grupo de campesinos asistieran a este acto, entre ellos los huicholes que periódicamente llegan a dormir en las oficinas de la CCI., en el Dr. Río de la Loza 6 departamento 32”. Agn, daayc-Dips Galería II, C. 1459, 2/10/68.

[4] El documento citado, por ejemplo, avanza sobre la necesidad de brindar material para acciones específicas, produciendo relaciones más allá del registro, indicando no quien estaba sino quién lo dirige: “También se notó la presencia de elementos de la Unión General de Obreros y Campesinos de México, encabezados por los líderes estudiantiles de la Juventud Estudiantil Sindicalista que dirige el señor Audaz Cuauhtémoc Martínez Uriarte y varios grupos de obreros que dijeron pertenecer a la sección Nro. 35 del Sindicato de Petroleros de la República Mexicana; también asistieron los Trabajadores del Partido Obrero Trotskista del Sindicato Mexicano, que dirigen Luciano Galicia, Esperanza Limón y otros líderes de este sindicato; asistieron también los grupos de la Unión Nacional de Mujeres, que dirige Consuelo Martínez Hernández, como dirigente ‘visible’ pero que es manejada por la señora Clementina Batalla viuda de Bassols y entre los grupos de mujeres que acompañaban a Consuelo Hernández, se encontraba Manuel Amaya Rentería, miembro del Comité Nacional de la CCI Frac. Comunista”. Esta mayor precisión está acorde al trabajo de oficina, sobrepasa las posibilidades del cuaderno perdido con su preocupación, que más allá de los presentes abunda sobre los ausentes (pero que dirigen). Decisiones, como sobre las que surgen de estos datos, pueden inferirse de la dirección de las oficinas a la que los huicholes, que estaban en el mitin, llegan a dormir, por ejemplo. Son cuestiones que no trasmite tampoco Gutiérrez Barrios. Idem (cursivas del autor).

[5] Agn dfs 11-4-68, l 44, f 253.

[6] El propio informe agregaba hacía una lista de detenidos, muertos y heridos, actualizada a las 6 de la mañana del día 3.

[7] Conviene aceptar que mi interpretación es tan temeraria como necesaria. En apoyo cabe citar que, según los registros de la dfs, Hernández Toledo usó un altoparlante al frente de su batallón en Villahermosa (Tabasco), en mayo de ese mismo año durante la rebelión estudiantil de esos días (dfs 100-25-1-68, l 4, f 46, 77 y 308). Lo que es más probable, es que esta versión haya sido consensuada de alguna otra manera, fuera del archivo.

[8] Diario Excélsior, 3/ 10/ 68. Como no queremos dudar de lo evidente, nos invade la oferta de contradicciones. En la misma página del diario, el cronista de Excélsior dice que luego de la corrida “unos trescientos tanques, unidades de asalto, yips y transportes militares tenían rodeada la zona, desde Insurgentes a Reforma, hasta Nonoalco y Manuel González. No permitían salir ni entrar a nadie, salvo rigurosa identificación. Los generales Crisóforo Masón Pineda y José Hernández Toledo dirigen la maniobra, seguidos del general Mendiolea Cerecero, subjefe de la policía metropolitana...” Cfr. Ramírez, El movimiento estudiantil de México, 1998, p. 388. ¿Hernández Toledo? Lo más interesante es esa ubicuidad del periodismo, justo donde circula la información confidencial...

[9] Ramírez, ob. cit, p. 398.

[10] También puede verse una suerte de descoordinación, que por el momento prefiero dejar de lado, en virtud de fortalecer mi propio argumento, en tanto esta otra discusión ya ha sido planteada. Lo que esta muestra, en todo caso, es que el argumento del magnavoz no había salido del ejército, sino de las oficinas de la dfs, a pesar de que luego esta lo haría suyo. Es aquí donde aparece otra forma de fiebre de archivo, como dice Derrida, puesto que sólo le resta afirmar que Gutiérrez Barrios, que omitió las bengalas y salió fotografiado recibiendo un informe que no conocemos, no pudo inventarse un herido y una escenas, a menos que esta pudiera situarse de algún modo en su imaginación. ¿No es ese un argumento esencial para la teoría literaria? Aquí es donde los criterios disciplinarios nos invitan a pretender que lo político puede explicarse con las nociones que suelen administrar las ciencias políticas.

[11] Carlos mendoza cita versiones... “la del reportero del periódico El Universal (3 de octubre de 1968) Jorge Avilés Randolph; la correspondiente al informe militar del general Crisóforo Mazón Pineda, comandante de la Operación Galeana (montada por el Ejército para el 2 de octubre) y la que el propio Hernández Toledo ofreció al agente del Ministerio Público Federal, Abraham Araujo Arellano, el 3 de octubre a las 21:15 horas en el Hospital Central Militar”. Así como el parte que rinde la Policía Judicial Federal, “correspondiente al 2 de octubre de 1968, elaborado por los agentes 283, 413, 419 y 549, con el número 78, tomo XIII, foja 422. Sucede que los elementos de este cuerpo policiaco, testigos privilegiados y aparentemente ajenos a los pormenores del operativo militar dispuesto en la plaza, no dan cuenta de la supuesta agresión contra el general Hernández Toledo”. Mirada en contraste con los datos médicos, la versión del militar herido le lleva a decir a Mendoza que “de ser exacta está versión, el señor general Hernández Toledo estaría apercibiendo con su magnavoz a los manifestantes, pero de espaldas a ellos. De lo contrario no estaría exponiendo su hemitórax derecho a quienes lo cazaban desde el edificio 2 de Abril". Cuellar, “El cineasta Carlos Mendoza descalifica la historia oficial de lo que pasó en Tlatelolco”, 2003.

[12] Algunos documentos sugieren escenas para el teatro, incluso al interior del Estado, de que “cuatro elementos” oficien de testigos ante un agente del ministerio público, como se dice en México. Un buen ejemplo es el documento titulado “Sugerencia de consignación de Ramón Danzós Palomino” que se propone, como Proyecto 1, “que cuatro elementos declaren que Ramón Danzós Palomino, aquí en el D.F. antes de partir a Navajoa y Cd. Obregón., les dijo que había llegado el momento de aprovechar la situación que prevalece en el estado de Sonora, con el objeto de iniciar de una vez por todas una revolución armada; que para esto les dejó 4 armas de diversos calibres”. Y además, “también les dio instrucciones en el sentido de que lo desconocieran. Que en el cuarto de hotel se encontraron armas, propaganda sobre el caso Sonora”. La solución es simple: “se tipifican los delitos de acopio de armas prohibidas, invitación a la rebelión, que tienen penas que exceden de 5 años, por lo que el consignado, en su caso, no tendrá derecho a libertad provisional”. Agn dfs 100-24-18-67, l 6, f 382.

[13] Agn dips 1459 Exp. 15, 16 y 17.

[14] Su titulo es Apuntes de Tlatelolco, con indicaciones sobre las partes a desarrollar. Agn Galería 1, dips c. 2865. Este primero es, sin duda, una versión anterior de Tlatelolco, también llamado Cuaderno azul, dips c. 2688 A. Estos trabajos merecen un análisis profundo, porque tienen entre otras, las principales posiciones de la Secretaría de la Defensa Nacional, del juez Eduardo Sánchez McGregor y de los médicos que hicieron autopsias en los días subsiguientes. Lo importante, no obstante, es el encuadre.

[15] Tlatelolco, Idem, p. 3.

[16] El presente trabajo deja afuera muchos aspectos, especialmente, de lo que aquí se llama, voz oficial. La razón de numerosas omisiones podrían explicarse, con la absolución del lector, en el carácter fragmentario del trabajo, dado que son algunos apuntes en la construcción más amplia.